domingo, 12 de agosto de 2012

Una vida sin principios (Henry David Throreau)




No hace mucho experimenté en un ateneo la sensación de que el conferenciante había elegido un tema que le era absolutamente desconocido y por tanto no conseguía interesarme tanto como hubiera sido de esperar. Hablaba de cosas de las que no estaba convencido y sus argumentos eran débiles y simples. Además no había un pensamiento central o centralizador a lo largo de la conferencia. Hubiera preferido que hablara de sus experiencias más íntimas, como hace el poeta. El mayor elogio que me dedicaron en toda mi vida fue cuando alguien me preguntó qué opinaba y esperó mi respuesta. Cuando ocurre algo así me sorprendo, aunque por supuesto me agrada, ya que se hace un uso tan poco corriente de mí, que siento como si se me conociera y respetara. Normalmente, si alguien quiere algo de mí, es sólo para saber cuántos acres mide su tierra -pues soy agrimensor- o, a lo sumo, para saber de qué noticias triviales me he enterado. Nunca parece interesar mi esencia, sino sólo mi superficie. Un hombre vino una vez desde bastante lejos para pedirme que diera una conferencia sobre la esclavitud, pero al hablar con él descubrí que su camarilla esperaba reservarse siete octavos de la conferencia y sólo un octavo sería para mí; por tanto decliné la invitación. Cuando se me invita a dar una conferencia en cualquier sitio -pues tengo cierta experiencia en ese menester- doy por supuesto que existe un deseo de oír mis opiniones sobre algún tema, aunque yo sea el mayor chillado del país, y desde luego no de que me limite a decir sólo cosas agradables o aquello con lo que esté de acuerdo el auditorio. Con estas condiciones me comprometo a entregarles una fuerte dosis de mí mismo. Me han venido a buscar y se han comprometido a pagarme; a cambio estoy dispuesto a entregarme a ellos, aunque les aburra lo indecible.



Así pues, ahora os diría algo similar a vosotros, lectores. Puesto que vosotros sois mis lectores y yo no he viajado mucho, no hablaré de ' gentes a miles de kilómetros de distancia sino de aquéllos que están más cerca de nosotros. .como hay poco tiempo dejaré de lado la adulacion y expondré todas las críticas.



Consideremos el modo cómo pasamos nuestras vidas.



Este mundo es un lugar de ajetreo. ¡Qué incesante bullicio! Casi todas las noches me despierta el resoplido de la locomotora. Interrumpe rnis sueños No hay domingos. Sería maravilloso ver a la humanidad descansando por una vez. No hay más que trabajo, trabajo, trabajo. No es fácil conseguir un simple cuaderno para escribir ideas; todos están rayados para los dólares y los céntimos. Un irlandés, al verme tomar notas en el campo, dio por sentado que estaba calculando mis ganancias. ¡Si un hombre se cae por la ventana de niño y se queda inválido o si se vuelve loco por temor a los indios, todos lo lamentan principalmente porque eso le incapacita para... trabajar! Yo creo que no hay nada, ni tan siquiera el crimen, más opuesto a la poesía, a la filosofía, a la vida misma, que este incesante trabajar '.



Un tipo codicioso, rudo y violento de las afueras de nuestra ciudad va a construir un muro al pie de la colina rodeando su propiedad. Las autoridades le han metido esto en la cabeza para evitar que origine otros problemas y él quiere que me pase tres semanas allí cavando a su lado. Al final, él quizás acaparará más dinero y se lo dejará a sus herederos para que éstos lo despilfarren. Si lo hago, muchos me alabarán por ser un hombre trabajador y laborioso, pero si me dedico a otras faenas que me proporcionan más beneficio, aunque menos dinero, comenzarán a mirarme como a un holgazán. De todos modos, como no necesito una política- de trabajo inútil para ordenar mi vida, y no veo absolutamente nada digno de encomio en que este tipo emprenda más negocios que nuestro gobierno u otros gobiernos extranjeros, por muy divertido que le parezca a él o a ellos, yo prefiero terminar mi educación en una escuela diferente.



Si un hombre pasea por el bosque por placer todos los días, corre el riesgo de que le tomen por un haragán, (El constante elogio a la pereza, o el ocio creativo, es cosa muy distinta de la holgazanería. Thoreau elabora una antítesis a las tesis de Franklin sobre la laboriosidad, con raíces en la ética puritana del trabajo por el trabajo, o en las doctrinas calvinistas alentadoras del capitalismo crudo) pero si dedica el día entero a especular cortando bosques y dejando la tierra árida antes de tiempo, se le estima por ser un ciudadano trabajador y emprendedor. ¡Como si una ciudad no tuviera más interés en sus bosques que el de talarlos!



La mayoría de los hombres se sentirían insultados si se les empleara en tirar piedras por encima de un muro y después volver a lanzarlas al otro lado, con el único fin de ganarse el sueldo. Pero hay muchos individuos empleados ahora mismo en cosas menos provechosas aún. Por ejemplo, antes del amanecer, una mañana de verano, divisé a un vecino mío caminando con su yunta de bueyes que cargaba lentamente una piedra grande colgando del eje. Parecía envuelto en una atmósfera de laboriosidad; comenzaba su jornada de trabajo y le sudaba la frente -un reproche para todos los gandules y vagos-. Se paró frente al lomo de uno de sus bueyes y dio media vuelta para ostentar su misericordioso látigo mientras ellos avanzaban hacia él. Y yo pensé: este es el trabajo que debe proteger el Congreso americano, el esfuerzo honrado y viril, honrado como el discurrir diario del sol sobre nosotros que hace que tengamos pan fresco cada mañana y que la sociedad cultive la cordialidad, algo que todo el mundo respeta y venera: era un ser humano llevando a cabo una faena necesaria aunque penosa. Ciertamente sentí un leve reproche porque me limitaba a observar desde la ventana y no estaba afuera, realizando un trabajo semejante. Pasó ese día y por la noche crucé el patio de otro vecino que tiene muchos criados y despilfarra el dinero, al tiempo que no hace nada de provecho, y allí reconocí la piedra de por la mañana junto a una estructura extravagante pretendiendo adornar el patio de Lord Timothy Dexter (El término Lord es por supuesto irónico porque Dexter, de Newburyport, Massachusetts, no era más que un nuevo rico, pretencioso y estúpido, que se había enriquecido de la noche a la mañana. Se construyó un «palacio» amueblado y decorado con un mal gusto legendario. En definitiva el tal Dexter era un hortera venido a más.) e inmediatamente se desvaneció a mis ojos la dignidad del trabajo del carretero. A mi parecer, el sol luce cada día para alumbrar labores más provechosas que ésta. Debo añadir que poco después, el tal Dr. Dexter se fugó dejando deudas por toda la ciudad y, tras pasar por los tribunales, se habrá establecido sin duda en cualquier otra parte para convertirse de nuevo en un mecenas de las artes.



Los caminos por los que se consigue dinero, casi sin excepción, nos empequeñecen. Haber hecho algo por lo que tan sólo se percibe dinero es haber sido un auténtico holgazán o peor aún. Si un obrero no gana más sueldo que el que le paga su patrón, le están engañando, se engaña a sí mismo. Si ganaras dinero como escritor o conferenciante, sería que eres popular, lo cual implica un descenso perpendicular. Esos servicios por los que la comunidad está más dispuesta a retribuir, son los más desagradables de cumplir. Se te paga para que seas menos que un hombre. Normalmente el Estado no recompensa a un genio con más benignidad. Incluso el poeta laureado preferiría no tener que ensalzar los incidentes de la realeza. Se le tiene que sobornar con un tonel de vino, y tal vez se aparte de su musa a otro poeta para que beba de ese mismo tonel. Respecto a mis propios negocios, resulta que el tipo de trabajo de agrimensura que yo podría hacer con la mayor satisfacción, no satisface a los que me contratan. Ellos preferirían que hiciera un trabajo burdo y no demasiado bien, no lo suficientemente bien. Cuando hago notar que hay distintos modos de medir, mi patrón generalmente me pregunta cuál le proporcionaría más metros, no cuál es el más exacto. Una vez inventé una regla para cubicar la madera cortada en trozos de metro y traté de introducirla en Boston, pero el agrimensor de allí me dijo que los que vendían no deseaban que se midiera su madera con exactitud, que él era ya demasiado justo para ellos, y por tanto siempre medían su madera en Charlestown antes de cruzar el puente.



El propósito del obrero debiera ser, no el ganarse la vida o conseguir «un buen trabajo», sino realizar bien un determinado trabajo y hasta en un sentido pecuniario sería económico para una ciudad pagar a sus obreros tan bien que no sintieran que estaban trabajando por lo mínimo, para seguir viviendo sin más, sino que trabajaban por fines científicos o morales. No contrates a un hombre que te hace el trabajo por dinero, sino a aquél que lo hace porque le gusta, aunque muy despacio. Preferiría con mucho ser el segundo de los dos, aunque como dicen los orientales: La grandeza no se acerca al que siempre mira al suelo; y todos los que miran a lo alto, se están empobreciendo» (Confucio. En una época de su vida, como revela su Diario, Thoreau leyó bastante literatura oriental y quedó profundamente impresionado por la sabiduría china e hindú.).



Es sorprendente que haya tan poco o casi nada escrito, que yo recuerde, sobre el tema de ganarse la vida; cómo hacer del ganarse la vida no sólo algo valioso y honorable sino también algo apetecible y glorioso, porque si ganarse la vida no es de ese modo, esto no sería vivir. Cualquiera pensaría, revisando la literatura, que esta cuestión jamas turbó los pensamientos de un solo individuo. ¿Sucede acaso que la experiencia de los hombres es tan desagradable que no quieren hablar de ella? La lección más valiosa que enseña el dinero, la que nos ha enseñado el Creador del Universo con tanto esfuerzo, nosotros nos sentimos tentados a ignorarla. Y en cuanto a los medios de ganarse la vida, es maravilloso lo indiferentes que se muestran los hombres de todas las clases, incluso los llamados reformistas -tanto los que heredan, ganan el dinero o lo roban-. Yo creo que la sociedad no ha hecho nada por nosotros a este respecto y encima ha deshecho lo que habíamos conseguido. El frío y el hambre me parecen más acordes con mi naturaleza que esos métodos que han adoptado los hombres.



El adjetivo sabio está, por lo general, mal aplicado. ¿Cómo puede ser sabio el que no sabe mejor que otros cómo se ha de vivir?, ¿no será tan sólo un hombre más astuto y más sutil?, ¿opera la sabiduría como el burro en una noria?, ¿o por el contrario nos enseña cómo tener éxito siguiendo su Ejemplo? ¿Existe algún tipo de sabiduría que no se aplique a la vida?, ¿o es la sabiduría tan sólo el molinero que muele la lógica más fina? Es pertinente preguntarse si Platón se ganó la vida mejor o con mejores resultados que sus contemporáneos, ¿o sucumbía ante las dificultades de la vida como los demás hombres? ¿Sobresalió por encima de algunos por mera indiferencia o asumiendo aires de superioridad?, ¿o le resultó más fácil la vida porque su tía se acordó de él en su testamento? Las formas con las que la mayoría se gana la vida, es decir, viven, son simples tapaderas y un evitar el auténtico quehacer de la vida, y sucede así porque, en primer lugar, no saben; pero en parte también porque no quieren hacer nada por aprender algo mejor.



La afluencia masiva de buscadores de oro a California (En 1849 comenzó la primera «fiebre del oro» que arrastró hacia California a miles de aventureros.) , por ejemplo, y la actitud no simplemente de los comerciantes, sino también de los filósofos y los profetas respecto a ella, refleja el gran desastre de la humanidad. ¡Que tantos esperen vivir de la suerte y así tener el modo de encargar el trabajo a otros menos afortunados y todo ello sin aportar nada a la sociedad! ¡Y a eso le llaman un negocio! No conozco desarrollo más sorprendente de la inmoralidad en el comercio y en los demás procedimientos habituales para ganarse la vida. La filosofía y la poesía y la religión de semejante humanidad no merecen el polvo de un bejín. El cerdo que se gana el sustento hozando, removiendo la tierra, se avergonzara de tal compañía. Si yo pudiera disponer de la riqueza de todos los mundos levantando un dedo, no pagaría semejante precio por ella. Incluso Mahoma sabía que Dios no ha hecho este mundo en broma. Esto convierte a Dios en un acaudalado caballero que tira un puñado de monedas porque le gusta ver a los hombres arrastrarse por el suelo. ¡La lotería del mundo! ¡Subsistir en el reino de la Naturaleza, algo que debemos echar a suertes! ¡Vaya una crítica, vaya sátira para nuestras instituciones! La consecuencia será que toda la humanidad se colgará de un árbol. ¿Y es esto lo que nos han enseñado los preceptos de todas las Biblias? ¿Acaso el último invento de la raza humana y el más digno de admiración es un simple rastrillo para basura? ¿Es bajo estas premisas donde confluyen los orientales y los occidentales? ¿Fue Dios quien nos indicó que ganáramos así la vida, cavando donde no plantamos, y que El nos recompensaría acaso con una pepita de oro?



Dios entregó al hombre honrado un certificado capacitándolo para alimentarse y vestirse, pero el hombre malvado encontró un facsímil del mismo en los cofres de Dios, se apropió de él y obtuvo alimento y vestido como el primero. Es uno de los sistemas de falsificación más extendidos que conoce el mundo. Yo no sabía que la humanidad padeciera por falta de oro. Yo lo he visto en pequeiia cantidad. Sé que es muy maleable, pero no tan maleable como el ingenio. Un grano de oro puede dorar una gran superficie, pero no tanto como un grano de buen juicio.



El buscador de oro en los barrancos de las montañas es tan jugador como su colega de los casinos de San Francisco. ¿Qué diferencia hay entre revolver el polvo o remover los dados? Si ganas, la sociedad pierde. El buscador de oro es el enemigo del trabajador honrado, sean cualesquiera las restricciones y las compensaciones que haya. No es suficiente que me digas que trabajaste mucho para conseguir el oro. Tambien el Diablo trabaja intensamente. El camino de la transgresión puede ser dificil de muchas maneras. El más humilde espectador que vea una mina dirá que buscar oro es una especie de lotería, el oro obtenido de ese modo no es lo mismo que el sueldo del trabajo honrado. Pero, en la práctica, olvida lo que ha visto porque sólo percibe el hecho, no el principio, y entra en esa dinámica, es decir, compra un boleto en lo que resulta ser otra lotería aunque no tan obvia.



Una tarde, después de leer el relato de Howitt sobre los buscadores de oro en Australia, me quedaron grabados en la mente toda la noche los numerosos valles con sus arroyos, todo cortado por pozos pestilentes de tres a treinta metros de profundidad y cuatro metros de ancho, tan justos como les fue posible cavarlos y medio cubiertos de agua; el lugar al que se lanzan con furia muchos hombres para buscar fortuna, sin saber dónde deben abrir sus agujeros (William Howitt, «Tierra, trabajos, oro», Longman, Londres, 1855.); sin saber si el oro está bajo su mismo campamento; cavando a veces cincuenta metros antes de dar con la veta o perdiéndola por centímetros, convertidos en demonios y sin respetar los derechos de los demás en su sed de riqueza. Valles enteros a lo largo de cincuenta kilómetros aparecen de repente como panales de miel por los pozos de los mineros, de tal suerte que cientos de éstos mueren allí agotados. Metidos en el agua y cubiertos de barro y arcilla trabajan día y noche y mueren de frío y de enfermedad. Tras leer esto y habiéndole olvidado en parte, me puse a pensar, por casualidad, en in¡ propia vida que me resulta tan poco satisfactoria, haciendo lo mismo que otros muchos y, con la visión de las excavaciones todavía en mi mente, me pregunté por qué no iba yo a lavar oro todos los días, aunque, sólo fueran partículas mínimas, por qué no iba yo a trazar una galería hasta el oro de mi interior, y trabajar esa mina. Ahí está nuestro Ballarat y Bendigo (Dos enclaves mineros en Australia, de los que habla Howitt). ¿Qué importa que la galería sea estrecha? De todos modos yo debo seguir el sendero, por muy solitario, estrecho y tenebroso que sea, por donde caminar con amor y respeto. Allí donde un hombre se separa de la multitud y sigue su propio camino, allí sin duda hay una bifurcación en la carretera, aunque los viajeros asiduos no vean más que un boquete en la empalizada. Su sendero solitario a campo a través resultará el mejor camino de los dos.



Muchos hombres se apresuran a ir a California y Australia como si el verdadero oro se encontrara en esa dirección. Al contrario, están yendo justo al lugar opuesto de donde se encuentra. Hacen prospecciones más y más lejos del lugar adecuado y cuando creen que han triunfado resulta que son los más desafortunados. ¿No es aurífero nuestro suelo natal ¿No riega nuestro valle un arroyo que viene de las montañas doradas? ¿No nos ha traído éste partículas resplandecientes y no ha formado pepitas desde antes incluso de las eras geológicas? Sí, por extraño que parezca, si un buscador se desvía buscando este auténtico oro del interior de las inexploradas soledades que nos rodean, no hay peligro de que alguno siga sus pisadas y se empeñe en suplantarlo. Puede incluso reclamar y excavar el valle entero, las parcelas cultivadas y sin cultivar, durante toda su vida, porque nadie le discutirá su derecho. No se meterán con sus artesas o sus herramientas. No se les confina en una propiedad de doce pies cuadrados, como en Ballarat, sino que puede cavar en cualquier sitio y lavar toda la tierra del mundo en sus gamellas.



Howitt dice lo siguiente del hombre que encontró la gran pepita de doce kilogramos en las excavaciones de Bendigo, en Australia: «Pronto empezó a beber, cogió un caballo y cabalgó por los alrededores, casi siempre al galope, y cuando encontraba gente la llamaba para preguntarle si sabía quién era él y a continuación le informaba muy amable de que él era el maldito miserable que había encontrado la pepita. Al final, cabalgando a todo galope, se estrelló contra un árbol, casi se salta los sesos. De todos modos, yo creo que no hubo ningún peligro en su caída porque ya se había saltado los sesos contra la pepita. Howitt añade: «Es un hombre completamente acabado». Peró es un ejemplo de esa clase. Todos éstos son hombres disipados. Escuchad algunos nombres de los lugares que excavan: «llano del imbécil», «barranco de la cabeza de carnero», «vado del asesino». ¿No hay sátira en estos nombres?



Dejadlos que arrastren su mal ganada riqueza a donde quieran, yo creo que el lugar en que vivan será siempre el , «llano del imbecil» si no el «vado del asesino»



La última fuente de nuestra energía ha sido el saqueo de sepulturas en el Istmo de Darien una empresa que parece estar en sus comienzos porque, según referencias recientes, ha ganado la segunda votación en la comisión de Nueva Granada un decreto para regular este tipo de minas y un corresponsal del Tribune ha escrito: «En la estación seca, cuando el tiempo permita que la zona sea debidamente inspeccionada, no cabe duda de que se encontrarán otras ricas guacas (es decir, cementerios)». A los emigrantes les dice: «No vengáis antes de diciembre; tomad la ruta del istmo mejor que la de la Boca del Toro; no traigáis equipaje inútil, no carguéis con una tienda, un buen par de mantas será suficiente; un pico, una pala y un hacha de buena calidad será todo lo que necesitéis»; consejo éste que bien podría estar sacado de la «Guía de Burker». Y concluye con esta línea en bastardilla y letras mayúsculas: «Si os va bien en casa QUEDAOS AHI», que muy bien puede interpretarse: «Si estáis sacando bastante dinero de los expolios de los cementerios de vuestro estado, quedaos ahí».



¿Por qué ir a California por un lema? California es la hija de Nueva Inglaterra, criada en su propia escuela y en su iglesia.



Es sorprendente que de entre todos los predicadores haya tan pocos maestros de moral. Los profetas están dedicados a perdonar el comportamiento de los hombres. Muchos reverendos de edad avanzada,



Los «iluminados» de esta era, me dicen con una sonrisa amable y cordial, entre un suspiro y un estremecimiento, que no sea demasiado blando con estas cosas, que lo aglutine todo, es decir, que haga con todo esto un lingote de oro. El mejor consejo que he oído sobre estos temas era rastrero. A grandes rasgos era esto: no merece la pena emprender una reforma del mundo en ese particular. No preguntes cómo se consigue la mantequilla para tu pan; se te revolverá el estómago al enterarte, y cosas parecidas. Le sería mejor a un hombre morir de hambre, que perder su inocencia en el proceso de conseguir el pan. Si dentro del hombre sofisticado no hay otro ingenuo, entonces se trata de uno de los ángeles del diablo. Al hacernos viejos, vivimos con menos rigidez, nos relajamos un poco de la disciplina y de algún modo dejamos de obedecer nuestros instintos más puros. Pero deberíamos ser escrupulosos hasta el extremo de la cordura, despreciando la mofa de aquéllos que son más desafortunados que nosotros.



Incluso en nuestra ciencia y filosofia no existe por lo general una sola verdad objetiva de las cosas. El espíritu de secta y la intolerancia han puesto sus pezuñas en medio de las estrellas. Sólo tenéis que discutir el problema de si las estrellas están deshabitadas o no, para descubrirlo. ¿Por qué tenemos que embadurnar los cielos como hicimos con la tierra? Fue triste descubrir que el Dr. Kane era masón y que Sir John Frankiin lo era también (El Dr. Kane estuvo en Nueva Inglaterra en 1852 para recaudar fondos con los que poder organizar su segunda expedición al Artico en busca de Sir- John Franklin. Kane no sablá que Frankiin había muerto ya en 1847. En su segundo intento, el propio Kane se dejó la vida en el empeño.). Pero es más duro aún pensar que posiblemente ésa fue la razón por la que el primero fue en busca del segundo. No hay ninguna revista popular en este país que se atreva a publicar la opinión de un niño sobre cuestiones de cierta importancia sin hacer algún comentario. Todo debe someterse a los doctores en teología. Yo preferiría que lo sometieran a la opinión de los arrapiezos.



Uno vuelve del funeral de la humanidad para asistir a un fenómeno natural. Una pequeña idea entierra a todo el mundo.



No conozco a casi ningún intelectual que sea tan abierta y auténticamente liberal que se pueda hablar con libertad en su presencia. La mayoría de aquéllos con los que intento hablar pronto se ponen a atacar una institución en la que tienen algun interés, es decir, tienen un punto de vista particular, no universal. Interpondrán continuamente su propio tejado con un estrecho tragaluz para ver el cielo, cuando es el cielo lo que deberían contemplar sin obstáculo alguno. ¡Yo os digo, quitad de en medio vuestras telarañas, limpiad vuestras ventanas! En algunos ateneos me dicen que han aprobado la exclusión del tema de la religión y si estoy tocando ese tema o no? He llegado a tener mucha experiencia y he hecho todo lo posible por reconocer con franqueza mi propia vivencia de la religión, de tal modo que mi auditorio nunca sospecha el origen de mis ideas. El conferenciante era tan inofensivo para ellos como la luz de la luna. En cambio si les hubiera leído la biografía de los grandes pícaros de la historia, habrían pensado que había escrito las vidas de los diáconos de su iglesia. Por lo general, la pregunta es: ¿De dónde vino usted?, o ¿adónde va? Hay una pregunta más pertinente aún que oí hacer una vez a dos personas de mi auditorio «¿A favor de qué es la conferencia?». Todo mi cuerpo se estremeció.



Para ser imparcial, los mejores hombres que conozco no están tranquilos, no son todo un mundo en sí mismos. En general, se preocupan de los modales y adulan y estudian las situaciones con más perspicacia que el resto. Seleccionamos el granito para los cimientos de nuestras casas y establos, construimos vallas de piedra, pero nosotros no nos asentamos sobre un entramado de verdad granítico, la más elemental roca primitiva. Nuestras vigas están podridas.



¿De qué pasta está hecho ese hombre que no se corresponde en nuestro pensamiento con la verdad más pura y sutil? A menudo acuso a mis mejores amigos de una inmensa frivolidad, porque mientras que hay buenos modales y cumplidos que no respetamos, no nos enseñamos unos a otros las lecciones de honradez y sinceridad que enseñan los animales, o las elecciones de estabilidad y solidez que proceden de las rocas. La culpa es, sin embargo, habitualmente mutua porque, por lo general, no nos exigimos más unos de otros.



¡Esa agitación en torno a Kossuth (Lajos Kossuth (1802-1894), revolucionario húngaro. Inmimente, al poco de su llegada a Estados Unidos, tuvo gran éxito popular. Pronto se sumió en la ocuridad y el olvido y casi el único recuerdo que dejó fue el detalle anecdótico de su sombrero, que también como él pasó de moda.), observar qué típica, pero qué superficial fue! Simplemente otro tipo de política o de baile. Se le dedicaron discursos por todo el país, pero todos expresaban la opinión o la falta de opinión de la multitud sin más . Nadie mantuvo la verdad. Se agruparon en una camarilla como de costumbre: unos se apoyaban en otros y todos juntos en nada. Del mismo modo los indús colocan el mundo sobre un elefante, el elefante sobre una tortuga y la tortuga sobre una serpiente y no tienen nada que poner bajo la serpiente. Como fruto de toda esa agitación tenemos el sombrero de Kossuth.



Así de vacía e ineficaz es nuestra conversación cotidiana. Lo superficial lleva a lo superficial. Cuando nuestra vida de ' ja de ser íntima y privada, la conversación degenera en simple cotilleo. Es dificil conocer a un hombre que te cuente una noticia que no haya aparecido en un periódico o que no se la haya contado su vecino y, la mayoría de las veces, la única diferencia entre nosotros y nuestro amigo es que él ha leído el periódico o salido a tomar el té, y nosotros no. En la misma medida que nuestra vida interior fracasa, vamos con más constancia y desesperación a la oficina de correos. Puedes estar seguro de que el pobre tipo que se aleja con el mayor número de cartas, orgulloso de su abultada correspondencia, no ha habido nada de sí mismo desde hace tiempo.



Yo creo que leer un periódico a la semana es ya demasiado (Ya por esas fechas la creciente importancia del denominado «cuarto poder» en Estados Unidos se dejaba sentir profusamente. Cuando en realidad la mayoría de los grandes periódicos americanos lo único que pretendían era vender más ejemplares que el rival. Los resultados son conocidos.). Lo he intentado recientemente y me parecía que todo este tiempo no había vivido en mi región natal. El sol, las nubes, la nieve, los árboles no me dicen tanto. No puedes servir a dos amos (Alusión a Mateo 6, 24. No dejan de sorprender las interpretaciones laicas, o irreligiosas», radicales, que hace Thorcau de tantos textos bíblicos. Su supuesta impiedad» ya vernos en qué se queda y qué significa.). Requiere más de un día de atención conocer y poseer el valor de un día.



Podemos, con razón, avergonzarnos de decir las cosas que hemos leído u oído. No sé por qué mis noticias tienen que ser tan triviales, teniendo en cuenta que abrigamos sueños e ilusiones, nuestro progreso no debería ser tan insignificante. Las noticias que oímos no son, en su mayoría, interesantes. Son repeticiones vacías. A menudo nos sentimos tentados de preguntar por qué se da tanto énfasis a una experiencia personal que hemos tenido. ¿Por qué después de veinticinco años, tenemos que volver a encontrar en nuestro camino a Hobbins, Registrador de Sucesos? ¿No hemos avanzado ni un centímetro, acaso? Así son las noticias diarias. Los acontecimientos flotan en la atmósfera insignificantes como las esporas de los helechos, y caen sobre un talo abandonado o sobre la superficie de nuestros montes que les proporcionan una base en la que crecer como parásitos. Deberíamos librarnos de tales noticias.



¿De qué serviría, en el caso de que explotara nuestro planeta, que hubiera un personaje involucrado en la explosión? Si somos sinceros no tendremos la menor curiosidad por tales sucesos. No vivimos para divertirnos estúpidamente. Yo no correría a la vuelta de la esquina para ver el mundo explotar.



Todo el verano e incluso el otoño, tal vez os hayáis olvidado inconscientemente del periódico y de las noticias, y ahora descubrís que era porque la mañana y la tarde estaban llenas de noticias. Vuestros paseos estaban llenos de incidentes. Os interesaban no los asuntos de Europa, sino los asuntos de los campos de Massachusetts. Si tenéis la suerte de existir, de vivir y moveros (Alusión a Hechos de los Apóstoles, 17, 28.) dentro de ese estrecho ámbito en el que se filtran los acontecimientos que constituyen las noticias -un ámbito más estrecho que la fibra de papel en el que se imprimen- entonces estas cosas llenarán vuestro mundo, pero si os eleváis por encima de ese plano u os sumergís muy por debajo de él, ya no las recordaréis más, ni ellas a vosotros. La realidad es que ver salir el sol cada día y verlo ponerse, participar de ese modo en el curso del universo os conservará sanos para siempre. ¡Naciones! ¿Qué son las naciones? ¡Tártaros, hunos y chinos! Pululan como insectos. El historiador lucha en vano por hacerlos memorables. Hay muchos hombres pero ni uno solo que lo sea auténticamente. Son los individuos los que pueblan el mundo. Cualquier hombre que piense, puede decir con el Espíritu de Lodin



Desde la altura miro a las naciones

Y observo cómo se convierten en cenizas;



Mi vivienda en las nubes es tranquila,

Son placenteros los grandes campos de mi descanso.



"Traduzco literalmente la nota 9 de la Norion Anthology, p. 1762: «En el Atlantic Monihl», dice 'Lodin'. Pero Thoreau se refiere al Espíritu de Loda cuyo discurso, procedente del CarricThura en los Ossian Poems, de James Macpherson, sigue a continuación, parafraseado con ligeras variantes".



Os lo ruego, dejadnos vivir sin ser arrastrados por perros, como hacen los esquimales, cruzando a través de colinas y valles, y mordiéndose las orejas unos a otros.



No sin un leve temblor de miedo, a menudo me doy cuenta de la facilidad con la que mi mente admite los detalles de cualquier asunto trivial, las noticias de la calle; y me asusta observar con qué facilidad la gente abarrota sus mentes con tales basuras y deja que rumores e incidentes ociosos e insignificantes se introduzcan en un terreno que debiera ser sagrado para el pensamiento. ¿Debe ser la mente un escenario público donde se discutan los asuntos de la calle y los cotilleos de la sobremesa?, ¿o debería ser una estancia del cielo mismo, un templo hipetro (Sin techo, abierto por arriba al cielo.) consagrado a servir a los dioses? Me resulta tan dificil deshacerme de los pocos datos importantes; sólo una mente divina me lo podría aclarar. Así son, en general, las noticias de los periódicos y de las conversaciones. Es importante conservar la castidad de la mente a este respecto. ¡Pensad que aceptarais en vuestras mentes los detalles de un solo caso de la sala de lo criminal, profanando su sanctum sanctorum (Así en singular, en el original.) durante una hora o muchas horas! ¡Hacéis de lo más íntimo del apartamento de vuestra mente, una sala de los tribunales, como si todo este tiempo el polvo de la calle nos hubiera cubierto, como si la calle misma con todo su tráfico, su ajetreo y suciedad hubieran atravesado el santuario de nuestros pensamientos! ¿No sería ese un suicidio intelectual y moral? Cuando me he visto obligado a sentarme como espectador y oyente en un tribunal de justicia durante varias horas, y he visto a mis vecinos, entrando y saliendo a hurtadillas y caminando de puntillas con las manos y el rostro bien lavados, me parecía en ese momento que, al quitarse los sombreros, sus orejas crecían rápidamente hasta convertirse en grandes tolvas auditivas entre las cuales se apretaban sus pequeñas cabezas. Como aspas de molinos de viento, captaban las ondas de sonido, que tras algunas vueltas que les excitaban en sus cerebros dentados, salían por el otro lado. Yo me preguntaba si al llegar a casa prestaban la misma atención a limpiarse las orejas que antes habían prestado a lavarse las manos y los rostros. Me pareció entonces, que el público y los testigos, el jurado y el abogado, el juez y el criminal de la sala -si se me permite considerarlo culpable antes del veredicto- eran todos igualmente criminales, y yo hubiera deseado que un rayo los alcanzara y los aniquilara a todos.



Evita con todo tipo de trampas y señales, amenazando con el peor castigo divino, que alguien profane ese terreno que para ti es sagrado. ¡Es tan dificil olvidar todo eso que es inútil guardar en la memoria! Si tengo que ser un camino, prefiero serlo por torrentes, por arroyos del Parnaso que por alcantarillas de ciudad. Existe la inspiración, ese chismorreo que llega al oído de la mente atenta desde los patios celestiales. Existe otra revelación profana y caduca, la de las tabernas y la comisaría de policía. El mismo oído es capaz de captar ambas comunicaciones. El criterio del que escucha es el que debe determinar cuál oír y cuál no. Yo creo que la mente se puede profanar permanentemente con el hábito de escuchar cosas triviales, de modo que todos nuestros pensamientos se teñirán de trivialidad. Nuestro propio intelecto debería ser de asfalto, es decir, debería tener un buen firme para que las ruedas se deslizaran fácilmente, y si quieres saber cómo darle mejor consistencia a la carretera, mejor que la que se consigue con cantos rodados, con traviesas de abeto o con asfalto, lo que tienes que examinar son algunas de nuestras mentes que se han visto sometidas tanto tiempo a este tratamiento.



Si nos hemos profanado a nosotros mismos -¿y quién no?- el remedio será la cautela y la devoción para volver a consagrarnos y convertir de nuevo nuestras mentes en santuarios. Deberíamos tratar nuestras mentes, es decir, a nosotros mismos, como a niños inocentes e ingenuos y ser nuestros propios guardianes, y tener cuidado de prestar atención sólo a los objetos y los temas que merezcan la pena.. No leáis el Times, leed el Eternidades (Uno más de los juegos de palabras, tan característicos de Thoreau, y que jalonan su estilo como uno de sus rasgos más constantes.). Los convencionalismos son a la larga tan malos como la mezquindad. Incluso los datos científicos pueden manchar la mente con su aridez, a no ser que os las limpiéis cada mañana, o las fertilicéis con el rocío de la verdad fresca y viva. La sabiduría no llega hasta nosotros por los detalles sino a través de rayos de luz procedentes del cielo. Sí, todo pensamiento que cruza la mente comporta un desgaste irreversible y un profundizar los baches que, como en las calles de Pompeya daban muestra del uso que se les dio. Cuántas cosas hay sobre las que deberíamos deliberar para decidir si las aceptamos o no. ¡Mejor hubiéramos dejado que los carromatos de los vendedores ambulantes avanzaran a un trote muy lento, incluso al paso, por ese puente glorioso de la mente por el que confiamos pasar al final del último instante de nuestra vida a la orilla más próxima de la eternidad! ¿Tan sólo tenemos habilidad para vivir como zafios y para servir al diablo y nada de cultura ni delicadeza? ¿Para adquirir riquezas mundanas o fama o libertad, y dar una falsa imagen a los demás, como si fuéramos todo cáscara y concha, sin un corazón tierno y vivo dentro de nosotros? ¿Por qué tienen que ser nuestras instituciones como esas nueces hueras que sólo sirven para pincharse los dedos?



Se dice que América va a ser el campo de batalla donde se librará la batalla por la libertad, pero en realidad no puede ser que se refieran a libertad en un sentido exclusivamente político. Incluso si aceptamos que el americano se ha librado de un tirano político, todavía es esclavo de un tirano económico y moral. Ahora que la república -la res-publica- está instituida, es hora de buscar la res-privata -los asuntos privados- pa.ra cuidar de que, como el senado romano aconsejaba a sus cónsules: ne quid res-PRIVATA detrimenti caperet», los asuntos privados no sufran deterioro alguno.



¿Llamamos a ésta la tierra de los hombres libres? ¿Qué supone ser libres respecto del rey George y seguir siendo esclavos del rey Prejuicio? ¿Qué sentido tiene nacer libres y no vivir libres? ¿Cuál es el valor de una libertad política sino el de hacer posible la libertad moral? ¿Alardeamos de la libertad de ser esclavos o de la libertad de ser libres? Somos una nación de políticos y nos preocupamos sólo por una defensa superficial de la libertad. Los hijos de nuestros hijos tal vez se sientan un día realmente libres. Nos sometemos a impuestos injustos. Hay un grupo de entre nosotros que no está representado. Son impuestos sin representación. Nosotros alojamos a las tropas, a tontos y ganado de todas clases. Alojamos nuestros cuerpos bastos en nuestras pobres almas, hasta que los primeros consumen toda la sustancia de las segundas.



Con respecto a la auténtica cultura y a la hombría de bien, somos aún esencialmente provincianos porque no adoramos la verdad sino el reflejo de la verdad; porque estamos pervertidos y limitados por una devoción exclusiva al negocio y al comercio y a las fábricas y a la agricultura y cosas semejantes, que son sólo medios y no fines.



De esta manera es también provinciano el Parlamento inglés. Simples paletos que se traicionan unos a otros cada vez que se les presenta un asunto importante que resolver: el problema irlandés, por ejemplo. ¿Por qué no lo llamé el problema inglés? Sus naturalezas se corrompen en contacto con la propia bajeza de los temas que tratan. Su «buena crianza» respeta sólo cuestiones secundarias. Los mejores modales del mundo pasan a ser fatuos y torpes al compararlos con una inteligencia superior. Su apariencia no es sino como la de las modas de otros tiempos: simples cortesías, genuflexiones y calzas hasta la rodilla pasados de moda. Es el vicio y no los modales exquisitos lo que hace que pierdan la firmeza de carácter. En realidad no son más que ropas desechadas o conchas huecas clamando por el respeto que se debía al ser que las habitaba. Se os regala la concha en lugar de la carne y no es excusa que, en el caso de ciertos moluscos, las conchas tengan más valor que la carne. El hombre que me impone sus buenos modales actúa como si se empeñara en mostrarme el cuarto de sus colecciones, cuando lo que yo quería era verle a él. No fue éste el sentido con el que el poeta Decker llamó a Cristo «el primer auténtico caballero que jamás haya existido». Repito que en este sentido la corte más gloriosa de la cristiandad es provinciana, pues sólo tiene autoridad para decidir sobre intereses transalpinos, y no sobre los asuntos de Roma. Un pretor o un procónsul sería suficiente para resolver los problemas que acaparan la atención del Parlamento inglés y del Congreso americano.



¡Gobierno y legislación! A éstas las consideraba yo profesiones respetables. Hemos oído hablar en la historia del mundo de Numas, Licurgos y Solones de origen divino, nombres que pueden al menos representar legisladores ideales; ¡pero pensad lo que supone dictar las normas para producir esclavos o exportar tabaco! ¿Qué tienen que ver los legisladores divinos con la importación o la exportación del tabaco? ¿Y los legisladores humanos con respecto a la producción de esclavos'? Suponed que tuvieseis que someter esa cuestión a un hijo de Dios. ¿no tiene El ningún hijo en el siglo xix'? ¿Se trata de una familia extinguida? ¿Con qué condiciones la recuperaríais'? ¿Qué dirá el estado de Virginia el último día cuando éstas han sido sus principales y básicas cosechas? ¿Qué lugar ocuparía el patriotismo en semejante Estado? Tomo los datos de las estadísticas que han publicado los propios estados.



¡Un comercio que surca los mares para comprar nueces y pasas, y que incluso esclaviza a los marineros con este propósito! El otro día vi un barco que había naufragado y en el cual se habían perdido muchas vidas y su cargamento de ropas, nebrinas y almendras amargas. ¡América va al Viejo Mundo por sus frutos amargos! ¿No es el mar o el naufragio lo bastante amargo como para hacer que la savia de la vida se vierta en ellos? Sin embargo, así es en su mayor parte nuestro ensalzado comercio y hay algunos que todavía se consideran estadistas y filósofos y que están tan ciegos que piensan que el progreso y la civilización dependen, precisamente, de este tipo de intercambio y de tal actividad que más bien parece la actividad de las moscas alrededor de una cuba de melaza. Sería estupendo, alguien ha dicho, que los hombres fueran ostras y estupendo, le contestaría yo, si fueran mosquitos.



El teniente Herndon, enviado por nuestro gobierno a explorar el Amazonas y según parece, a extender el área de esclavitud, advirtió que allí hacía falta «una población laboriosa y activa que conozca las comodidades de la vida y que tenga necesidades artificiales que le induzcan a extraer del país sus múltiples recursos. Pero, ¿cuáles son esas «necesidades artificiales», a estimular? No son el amor a los lujos como el tabaco y los esclavos, tan abundantes en su Virginia natal; ni el hielo y el granito y otras riquezas materiales de nuestra Nueva Inglaterra natal. Ni tampoco son «,los grandes recursos de un país la fertilidad o la esterilidad del suelo que los produce. La necesidad básica de todo estado donde he vivido es la elevada y seria ambición de sus habitantes. Esto es lo único que desarrolla «los grandes recursos» de la Naturaleza y que, a la larga, le exige explotarlos por encima de sus posibilidades, porque desde luego el hombre se mueve con el curso natural de las cosas. Cuando preferimos la cultura a las patatas y el entendimiento a las ciruelas, entonces los grandes recursos del mundo se extraen y el resultado o la producción básica no son esclavos ni obreros sino hombres: esos escasos frutos que llamamos héroes, santos, poetas, filósofos y redentores.



En resumen, al igual que se forman los ventisqueros cuando cesa el viento, así mismo cuando cesa la verdad surge una institución. Pero la verdad sigue soplando por las alturas y al final acaba por destruirla.



Eso que llaman política es algo tan superficial y poco humano que en la práctica nunca he reconocido que me interesara. Los periódicos, según veo, dedican varias columnas gratuitamente a la política o a los asuntos de gobierno y esto, diría yo, es lo que los salva. Pero como yo amo la literatura y en cierto modo también la verdad, no leo nunca esas columnas. No quiero embotar hasta ese punto mi sentido de la justicia. No tengo que rendir cuentas por haber leído un solo Mensaje del Presidente. ¡Esta es una época extraña del mundo, en la que los imperios, los reinos y las repúblicas vienen a pedir a la puerta de un hombre corriente y le cuentan sus problemas al oído! No puedo coger el periódico sin encontrarme con que un desdichado gobierno, acorralado y en sus últimos días me está pidiendo a mí, el lector, que le vote, más inoportuno que un mendigo italiano y si se me ocurre leer su certificado, escrito tal vez por el secretario de un comerciante benévolo o por el patrón del barco que le trajo -puesto que no sabe ni una palabra de inglés- probablemente me informaría de la erupción de un Vesubio, o el desbordamiento de un Po, verdadero o inventado, que le redujo a esta situación. Y en tal caso no dudo en sugerirle que trabaje o que acuda a un asilo. ¿O si no, por qué no mantiene su vida privada en silencio, como hago yo normalmente? El pobre Presidente entre conservar su popularidad y cumplir con su deber, se encuentra perplejo. Los periódicos son el poder dominante. Cualquier otro gobierno se reduce a unos cuantos infantes de marina de Fort Independence. Si un hombre se niega a leer el Daily Times el gobierno se pondrá de rodillas ante él porque esa es la única traición en estos tiempos.



Las cosas que más acaparan la atención de los hombres, como la política y la rutina diaria son realmente funciones vitales para la sociedad humana, pero deberían realizarse inconscientemente como sucede con las correspondientes funciones del cuerpo físico. Son infrahumanas, una especie de vegetación. A veces me despierto en una semiconsciencia y las noto funcionar del mismo modo que alguien puede sentirse consciente de algunos procesos de digestión en un estado mórbido y llegara así a lo que llaman la dispepsia. Es como si un pensador se sometiera a ser digerido por la gran molleja de la creación. La política es, por así decirlo, la molleja de la sociedad, está llena de arena y grava y los dos partidos políticos son sus dos mitades enfrentadas. A veces se dividen en cuatro y entonces se restriegan unas contra otras. No sólo los individuos sino también los Estados han confirmado de este modo su dispepsia, lo cual se manifiesta por una inusitada sonoridad que podéis imaginar. Nuestra vida no es únicamente un olvidar, sino también, en gran medida, un recordar aquello de lo que nunca debimos ser conscientes, al menos no en nuestras horas de vigilia. ¿Por qué no nos reunimos alguna vez, no como dispépticos, para contarnos nuestros malos sueños, sino como eupépticos, para congratularnos mutuamente por el glorioso amanecer de cada día? No pido nada exorbitante, os lo aseguro.

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