miércoles, 24 de febrero de 2010

La distribución del caos (Michel Serres)(1)



Por fin, el principio. En el principio es el caos (2). Hoy decimos: el ruido, el ruido de fondo. De dónde queréis que surja el verbo, sino del ruido. Nuestros antepasados decían: el caos. Ellos estaban colocados en un mundo y nosotros estamos sumergidos en mares de signos. A cada uno su desorden, al borde límite de todo orden. Pero no hay tanta diferencia como se cree. Pantagruel, como nosotros y tantos otros navegantes, había costeado las islas de Tohu y Bohu antes de ahogarse en el tumulto y en los clamores del huracán. No se naufraga todos los días. Ocurre donde el navío pasa en medio de voces insensatas.
Al principio es lo indiferenciable, sobre lo que nadie sabría tener información. Eso puede llamarse: nube. Un conjunto de puntos, de átomos o de moléculas, de elementos cualesquiera que sean, cuyo comportamiento se ignora, nube de bordes no definidos, fluctuantes o fundidos. Cualquier enjambre de abejas desplazándose caprichosamente, o su sombra transportada. Un lago de manchas o un banco de nubarrones. Este meteoro es el modelo de un saber formado poco antes del siglo, con la desaparición de los sistemas, cuando las grandes poblaciones irrumpían y se derramaban sobre algunas cabezas. Estuvieron muy cerca de perder el tiempo en ello: si al principio es la nube, es lo que vuela, aquí arriba, ahora, después allá, hace un rato, es lo que pasaba, hace poco, en otro tiempo o antaño, o la masa baja y pesada que ensombrecerá la nuca de mis sobrinas. Nubes dispersas, siempre ahí, en el lecho estrellado de los vientos, y que me han hecho perder el tiempo. Meteoros. Entre una tierra en presunto o deseado orden y el sistema planetario o solar en equilibrio metaestable, los meteoros, olvidados por las clases de teoría, dejan ver un suntuoso desorden. La filosofía miraba el cielo, los eclipses y las elipses, y no decía nunca que las nubes, a veces, le impedían verlos. O bien trabajaba para cambiar de orden sobre la tierra y sospechaba de todos los que parecían pensar en las nubes. Había un orden estable, Copérnico se había ocupado de ello, revolución de las órbitas, y órdenes que transformar, aquí y en la historia. En medio, como una excepción, un desorden sin interés. Salvo para los que no tienen acceso a la teoría, los campesinos, los marineros y algunos pueblos vagos, hambrientos. Ahora bien, de golpe, nuevo comienzo, que la visión del mundo, como se dice, se invierta. El gran desorden lujoso, helo aquí más allá de los límites del nicho, más allá de lo que se llamaba el sistema del mundo: es el universo; helo aquí en medio de las cosas de la tierra, en lo íntimo de la materia, de la vida, de los mensajes. Los meteoros, en desorden aparente, parecían una excepción rara entre dos órdenes donde las leyes reinaban. Inversión: los viejos sistemas ordenados, por el contrario, ya no son más que islas raras sobre un mar que no se para, desde el más pequeño mundo al más grande; cristal, organismo o planeta, he aquí algunas cimas, algunos Olimpos, aquí y allá, emergiendo de las nubes, azotados por los vientos. El orden no es más que una rareza donde el desorden es lo ordinario. La excepción se convierte en regla y la regla se convierte en excepción. La nube ya no es sólo el buen tiempo o el mal tiempo, del que se burlan en el encierro de las escuelas y la tecnología de las ciudades, sino que está en nosotros y alrededor de nosotros, en lo browniano de las cosas mismas y la ergodicidad de lo vivo y de lo histórico, está tan cercana y lejana como se quiera, tan próxima a mí como mi propio organismo, su mantenimiento, su reproducción y su voz, tan lejos de mí que puedo verla o medirla, cuando la bautizo con el nombre de Magallanes (3). No se detiene en los meteoros, y todo, salvo excepciones, es nube. Todo fluctúa. Esto fluctúa. Y si hay cosas, cuerpos y mensajes, sentido, estructuras en orden o incluso sistemas (si lo hay y cuando lo hay; ahora bien, hay, es así y no puedo remediarlo), ello es sólo bajo la figura de archipiélagos. He aquí espóradas (4) sembradas sobre el océano abierto, informe. Lo racional es lacunar, una cresta, una cima, un efecto de borde. Cualquier ultraestructura que emerge temporalmente del banco nublado. De manera figurada, el mundo es la excepción de los meteoros. O, propiamente, lo racional es improbable. La ley, la regla, el orden, todo lo que así designamos, no son más que improbabilidades, en estrecha proximidad con lo que no puede ocurrir. Lo racional, milagroso, rarísimo o excepcional, se adhiere a la inexistencia, tan cercana como se quiera del cero, de la nada. Lo que existe es el resto, y como complementario en el crecimiento de lo probable. Lo que existe, y es una tautología, es lo más probable. Ahora bien, lo más probable es el desorden. El desorden está casi siempre ahí. Es decir, nube o mar, tormenta y ruido, mezcla y multitud, caos, tumulto. Lo real no es racional. O lo es sólo en el extremo límite. En consecuencia, no hay más ciencia que la de la excepción, de lo raro y del milagro. Sólo hay saber de las islas, de lo esporádico, y de las ultraestructuras. El conjunto de nuestras esclavitudes depende del hecho de que siempre ha habido alguien para hacernos creer que lo real es racional. Y eso es sin duda el poder. Alguien para hacernos creer que el viaje de Ulises, de isla en isla, entre tifones, clamores, bonanza, es mítico. La palabra revolución es impropia para calificar esta novedad, esta antigua inversión del saber, puesto que es una palabra de orden, este orden del cosmos que gira lentamente sobre nuestras cabezas, es una palabra de sistema. No a Tolomeo, no a Copérnico. No, hay tormenta sobre la vieja ciencia y la vieja filosofía, ráfaga de viento, nube, meteoro, tsunami, trasgresión, en el sentido de trasgresión de las aguas (5). Bajo la energía dispersada por el fuego, las antiguas formaciones culturales se funden como un banco de hielo. Y reconocemos por todas partes lo arbitrario de las leyes y su carácter improbable. Y es, como al principio, el diluvio, el diluvio que vuelve a empezar, el más antiguo o el usual, bajo el caos, un poco antes de que las aguas se separen. Lo real, en multitud clamorosa, no es racional. Lo racional es una isla rara emergiendo, por un lapso de tiempo, de la ordinaria transgresión diluviana, lo real. Isla precisa, exacta, destacada, rigurosa, aguda, marcada sobre lo indiferenciable.
Al principio es la tormenta. Hacerse a la mar con Pantagruel permite reconocer en seguida un error de navegación. Tohu y Bohu no son islas, sino el mismo mar. En este principio, la estrella (6) es ya errónea y la hidrografía engañosa. Entonces, ¿quién ha diseñado el portulano, sino aquel que deseaba que el desorden fuera aislable, el ruido local y momentáneo, como una ínsula, y la ley ordinaria? Aquel que quería que lo real fuera racional, salvo pequeñas localidades lacunares recortadas, de las que hay que tener miedo, como de las Sirenas, y de las cuales hay que apartarse desde la salida. (Y, de repente, sé de dónde proviene el clamor: de algunos amordazados que sufren en este presidio,(7) de la multitud de los condenados que no han querido este racional). El mapa se ha invertido, el orden y el desorden se han trastocado. La isla es un lago y el mar es un continente.
El orden reina en todas partes, salvo algunos desgarrones: es el postulado de la antigua ciencia, su dogma primero, el que acaba de invertirse, el que la trasgresión acaba de cubrir. O bien: hay algunos archipiélagos en el mar. O bien: toleramos cortes en los continentes. Era el viejo vagabundeo de la vieja ciencia o su alianza (8) inmemorial con los viejos sistemas de orden, que nos pone hoy en peligro de muerte y de destrucción. Hemos trabajado, durante siglos, y en nombre de la ciencia, para deshacer la colusión del trono y del altar, de los príncipes y de los sacerdotes. Al hacer balance era menos grave y menos peligrosa que la del saber, presuntamente objetivo, y el poder armado. Al tomar el lugar de las religiones la ciencia no ha cambiado de entorno, está siempre junto al sable, tiende a convertirse en el sable. Una enciclopedia a la sombra de las espadas. El poder quiere orden, el saber se lo da. En cada momento de inauguración, de vuelta a empezar, la ciencia enuncia un teorema de potencia, de mando y de obediencia, de dominio y de posesión, una palabra de orden. Al comienzo, un mandato.(9) Por método, una estrategia. La nova scienza no fue nunca, salvo quizá esa excepción de la que hablo en el próximo libro,(10) esa gaya scienza que deja esperar la vuelta del orden al desorden. Se adapta siempre a una estructura de orden, y se introduce fácilmente en la relación de orden. Y el poder es el orden, esta misma estructura y esta relación. Es decir, un irreversible, un sentido que nadie, jamás, sabría volver a subir, un sentido único y un sentido prohibido. Va de un punto a otro y no vuelve nunca sobre sí. Así, va de un punto a muchos otros, en invasiones sucesivas. Eso no es todo el orden, es el mínimo, y ha mejorado mucho después. Pero, a partir de aquí, el punto de partida ordena y se proyecta: origen, fuente, río arriba, centro, llamadlo como queráis. Todo viene de él y nada va hacia él. Punto alto o máximo, punto bajo o fundamento, medio o centralización, lo mismo da. Por simples procedimientos ópticos, ilusión o teatro de representación, se puede hacer creer, cuando se reside allí, en una diferencia entre lo superior y lo central. Es sin embargo la misma estructura, la misma relación y el mismo punto. La ciencia era el saber de ese punto y el poder está en ese punto. A partir de ahí las vías son irreversibles, transitivas y encadenadas. De ahí en primer lugar lo que he llamado estatuas (11), en equilibrio alrededor de un punto, el mismo. Sistema, episteme, como understanding, Verstand (12) o sustancia, ¿hablan de otra cosa que, justamente, de este equilibrio? La episteme, la ciencia, era encadenamiento, alrededor de un centro, de un conjunto estático.
Encadenamiento por una ley que invade el espacio, sea cual sea la ley. Ella dibuja una recta, una línea quebrada, un árbol o una red. Esas extensas rejillas de razones que los geómetras, astrónomos o lógicos prestaban, siempre sin saberlo, a los príncipes, o que el filósofo daba al general. Todo ello tan abstracto que vale más contar un cuento. ¿Os acordáis de la nube? Descarga, llueve, en el lecho se desplaza una ola limpia. Entonces el lobo ya está ahí para regular la circulación. La Fontaine y su genio ardiente aclaran a Descartes sin raciocinio pesado y lento. Hacen comprender a las lavanderas lo que nuestros discursos teóricos les ocultan. En todo comienzo, instauración o vuelta a empezar, encontraréis constantemente el orden, estructura y relación. Salvo en el último momento, salvo ahora que sé, veo, y no puedo remediarlo, que estamos embarcados, sin embargo, sobre el caos. Y que el orden allí es raro. La tormenta es tan violenta que no podemos permitirnos el lujo de un error de navegación. Sí, en la isla-ciencia figura el puerto, pero está plagada de arrecifes donde estamos a punto de naufragar cuerpos y bienes.
En los comienzos proliferaban por todas partes las figuras simples de este desorden. Nube, tormenta, río, arroyo. Por fin la filosofía al exterior. He aquí las aguas, las aguas informes. El mar y la mezcla. Una sopa caos donde se mezclan las ciencias y las sales, torbellinos sobre los que emerge, nueva, Afrodita. Venus turbulenta y sabia que encontraremos pronto en Lucrecio (13). Caos epicúreo del que emergen los mundos, en modelo cuasi-estacionario, ondas en torbellinos metaestables. Todavía encontraremos de nuevo en las desviaciones del equilibrio (14). Caja negra molecular, horno, entrevistos por Boltzmann antes de morir junto al mar. Como si hubiera deseado esparcir sus cenizas, su corrupción numerosa y su descomposición pululante cerca de los clamores, del caos de los comienzos. Informe acuático y fluyente de donde, mucho más que de las metáforas, Bergson toma los objetos que habíamos perdido, mientras Nietzsche indaga con su bastón en la diseminación vírica de los cuerpos, en las disoluciones practicadas por una química que imagina superior.(15) El desorden invade los textos y el mundo, al mismo tiempo. La nube cubre Europa. Y así es. Las grandes poblaciones se agitaban en Zola (16). Pero en Barbey, esto vuelve a empezar: es el tumulto de Avranches y la multitud arremolinándose (17). Es la landa caos de los embrujados. Nunca acabaríamos de contar historias que dicen claramente lo que la ciencia reprime o lo que la filosofía obscurece. Así pues, en los comienzos, el orden. Esto es tan antiguo como queramos. Esto puede datar de la aurora negra donde los primeros discursos intentaban atar los andrajos del espacio, y esto puede venir de esas cajas negras vertiginosamente integradas en lo complejo de mi cuerpo, donde ruge un ruido de fondo (18) inextinguible y de donde surge, excepcionalmente, el lenguaje. Al comienzo es la distribución. Átomos, puntos u otras cosas cualesquiera. Desorden, ruido, harapos, tumulto, multitud, landa en pedazos, descomposiciones o mezclas, horno, caos, caja negra abierta o cerrada, tormenta, indiferenciable y barullo. En los comienzos son las distribuciones. El reparto.(19) Lo dado, lo real, no es más que un reparto aleatorio. Continuo o discreto, no lo sé. El reparto está ahí y eso es todo. Y nadie lo ha dado ni nadie lo ha distribuido. Está ahí, como la nube, pasa y no deja de venir. Ya casi lamento la palabra distribución. Tomadla en un sentido mucho menos ordenado que el usual o que el científico. En un sentido pre-combinatorio, incluso de pre-conjunto. Sí, las tribus están dispersas en el espacio y nadie ha sabido nunca cómo. Hay ya demasiado orden en la distribución de las aguas, del vapor, del carburante, de la tipografía. Cadenas, clasificaciones, un plano y bifurcaciones. E incluso demasiado cuando se concibe una combinación relativa de números, de elementos. Es siempre ya un pre-orden. Tomad la palabra antes de toda estructura, y la cosa antes de la definición. Dicho de otro modo, Hermes no es factor. Ni distributivo. No distribuye los mensajes, ni los divide, ni los reparte. Y ni siquiera lleva mensaje. Él es el reparto mismo, que pasa y que está ahí. El mensaje allí es caótico, una nube de letras. Mejor, de elementos cualesquiera, quizá aún no letras. El hermetismo, dicen, es el secreto. Ahora bien, este secreto todos lo conocemos a partir de ahora: es la dispersión. Es realmente en la dispersión donde un secreto queda mejor guardado. Sobre él, no tenemos información. Hermes, el ruido, la infradistribución. Lo real en miríadas y en profusión. Que se arremolina aquí, como su caduceo. Ha perdido la encrucijada y el intercambiador en beneficio de la turbulencia. Nueva atribución.
1976, un día de primavera.
Traducción: Javier Sáez.
NOTAS DEL TRADUCTOR:
1. Este texto es una traducción del Prefacio escrito por Michel Serres en su libro Hèrmes IV. La distribution, Minuit, 1977, pp. 9-14.
2. Serres utiliza el término francés “tohu-bohu” (que en castellano traducimos por caos). Ese término familiar proviene la novela de Rabelais Horribles y espantables hechos y proezas del famosísimo Pantagruel (1532); Tohu y Bohu es el nombre de un mar huracanado (Pantagruel creía que eran los nombres de dos islas). Serres citará más tarde estas islas como ejemplo de que lo que parecía local (una isla = el desorden) es en realidad global (finalmente era el mar mismo), y el juego de palabras entre “tohu-bohu” [caos] y las islas (mar) Tohu y Bohu se pierde en castellano.
3. Serres se refiere a las Nubes de Magallanes, dos pequeños universos extragalácticos (La Grande y la Pequeña nube de Magallanes), visibles en el cielo austral. Son los más próximos a nuestra galaxia, a una distancia de “sólo” 150.000 años luz.
4. Las Espóradas son un archipiélago griego del mar Egeo. Serres hace aquí un juego de palabras muy denso con la expresión “sporades ensemencées” (que hemos traducido por ‘espóradas sembradas’). La palabra griega “sporá” significa semilla, del verbo “speírein”: sembrar. De aquí derivan las palabras espora, esporádico, esperma, disperso y Espóradas, entre otras. Serres ha condensado en una palabra los diversos aspectos de su reflexión: lo racional como esporádico y disperso en la imagen de un archipiélago (las islas Espóradas), en un medio marino, y la vertiente creadora de esta mezcla (semilla, esperma). El verbo “ensemencer” (sembrar) en realidad repite el sentido de “sporades” (de ’speírein’, sembrar).
5. En oceanografía, sumersión bajo el mar de una parte del continente o de cualquier territorio emergido.
6. Serres, que además de matemático, físico, filólogo, epistemólogo y novelista, fue marinero, se refiere aquí a la acción de tomar la estrella (en francés, faire le point), es decir, tomar la altura del polo para orientarse en la navegación. Si esta toma está mal hecha desde el comienzo, el barco se perderá.
7. Serres juega con los dos sentidos de la palabra “bagne”: presidio y baño, dado que se trata de condenados que están en el mar. Esta palabra es también sinónimo de galeras y de trabajos forzados.
8. ¿Cómo no evocar aquí la obra de Prigogine y Stengers La nueva Alianza? Estos dos autores han escrito un brillante ensayo sobre Serres: “La dynamique, de Leibniz à Lucrèce”, publicado en la revista Critique en el número monográfico “Michel Serres: interférences et turbulences”, enero 1979, tomo XXXV, nº 380, Editions Minuit, París, pp. 35-55.
9. Serres juega con el parecido (que en castellano se pierde) entre las dos palabras de la frase en francés: “Au commencement, un commandement”.
10. El libro es El pasaje del Noroeste. Hermes V. (publicado en castellano por la Editorial Debates en 1991), y la excepción es la obra de Kant La historia natural y la teoría del cielo, que marca la aparición del Eterno Retorno en cosmogonía (genealogía de un orden; no confundir con cosmología) científica. Serres ha escrito dos ensayos sobre este tema, uno en La distribution (”Le retour éternel”, pp. 115-124) y otro en El pasaje del Noroeste (”Où la promenade met en question les tableaux de l’exposition”, pp. 93-113 de la edición francesa -Minuit-). La cosmogonía es el camino natural que va de la distribución al sistema; este itinerario permite a Serres combinar modelos de orden (sistemas) y de desorden (distribución) a partir del concepto de homotecia (Mandelbrot). En nuestra opinión, se trata de una de las reflexiones epistemológicas más potentes y brillantes de las últimas décadas.
11. Para este tema, ver el libro de Michel Serres Statues, Editions François Bourin, París, 1987.
12. En inglés y en alemán respectivamente, inteligencia, entendimiento. En efecto, la raíz indoeuropea STA- se refiere a “estar fijo o en pie, objeto erecto” (ver Emile Benveniste, Origines de la formation des noms en indoeuropéen, París, 1935, y Noms d’action et noms d’agent en indo-européen, París, 1975). En griego encontramos el verbo “istánai” (colocar, poner de pie), y en latín “stare”; en realidad esta raíz aparece en todas las lenguas indoeuropeas (como por ejemplo en islandés, en bretón, en armenio o en sánscrito). Serres pone en relación la vertiente política de esta raíz (que en castellano se refleja en palabras como Estado, estandarte, estatuto, etc) con la vertiente científica (episteme, sistema, substancia, estática, etc). Poder y saber consolidan juntos un punto fijo.
13. En efecto, Lucrecio (98-55 a.JC.) describe en su De Rerum natura dos caos, el caos a partir del fluir laminar de los elementos y el caos-nube, fluctuante, browniano. Serres no utiliza las palabras torbellino y turbulento de forma poética, sino con el rigor de los modelos matemáticos de Arquímedes, en los que se basa Lucrecio para diseñar sus dos modelos generales del origen físico de los objetos naturales. La raíz griega “turba” (de donde proviene turbulencia) designa una multitud en desorden (medio inicial caótico de donde surgirá el orden); la raíz “turbo” (de donde viene torbellino) designa una forma curva o espiral metaestable a partir de un medio de flujo laminar (medio inicial ordenado que acabará en caos). Para esta cuestión, ver la obra de Serres La naissance de la physique dans le texte de Lucrèce, Minuit, 1977, pp. 9-83.
14. En francés, “écarts à l’equilibre”, fenómeno físico que indica la desviación mínima que se produce por azar en un medio laminar perfecto y que dará lugar al torbellino. Equivale al concepto de clinamen (ver el ensayo de Serres sobre Lucrecio ya citado).
15. Aquí Serres hace referencia a uno de los capítulos de su libro La distribution, “L’Antéchrist: une chimie des sensations et des idées” (pp. 173-193), donde muestra que la crítica de Nietzsche al cristianismo en términos de corrupción remite ingenuamente a un estado previo de pureza. El artículo es sorprendente entre otras cosas porque consigue desarrollar una química de las representaciones y de los sentimientos morales, estéticos y religiosos.
16. Para esta cuestión, ver el libro de Michel Serres Feux et signaux de brume. Zola, Grasset, París, 1975, donde pone de manifiesto la relación entre la física y la literatura del siglo XIX.
17. Se refiere al escritor francés Jules Barbey d’Aurevilly (1808-1889), que en sus textos recogió la sublevación de los “pies descalzos” en Avranches en 1639.
18. Para la cuestión del ruido de fondo y las relaciones entre la teoría de la información y la termodinámica, ver en Serres, La distribution, el capítulo “Origine du langage”, pp. 257-272. Ver también H. Atlan L’organisation biologique y la théorie de l’information (Hermann, 1972) y Journal of Theoretical Biology, 1974.
19. Serres juega aquí con las palabras francesas ‘la donne’ (acción de dar las cartas, repartirlas) y ‘le donné’ (lo dado). El primer término indica el componente aleatorio de todo comienzo. Como en castellano no hay una palabra que indique la acción de dar cartas, hemos traducido ‘la donne’ por ‘el reparto’.

domingo, 14 de febrero de 2010

Del sabotaje como una de las más bellas artes. (I.nstituto A.sturiano de V.andalismo C.omparado)




(Una contribución a la actualización de la teoría de la práctica del sabotaje).

1.

“¿Quién reavivará los violentos torbellinos de fuego
sino nosotros y aquellos que creemos hermanos?
¡Venid! Novelescos amigos: Esto va a gustarnos.
¡Jamás trabajaremos, oh oleajes de fuego!”
“Que este mundo reviente. Es la verdadera senda.
¡Adelante, en marcha!”
A. Rimbaud (1854-1891)

La extensión del sabotaje, el incremento de su práctica, a mayor o menor escala a lo largo y ancho del señorío de la mercancía es un hecho consumado. La quema de cajeros automáticos, la inutilización de cerraduras en los centros de producción y distribución, la rotura de lunas, el incendio de ETT´s, Inem´s, el sabotaje a las infraestructuras del capitalismo (TAV, pantanos, autopistas o constructoras)… son prácticas ofensivas frente a la colonización de nuestra vida por el capitalismo en su forma más avanzada - el espectáculo integrado. Las llevan a cabo personas hartas de sobrevivir como mercancías (su vida reducida a los imperativos económicos) y desencantadas de la falsa oposición (más falsa y menos oposición a cada segundo) - partidos y sindicatos que quieren gestionar nuestra miseria e integrarnos en un modo de producción que nos niega cualquier participación en las decisiones que nos afectan directamente y ayudan a esclavizarnos mutilando cualquier gesto de negación del existente.

El espectáculo escribe el guión y reparte los papeles: obrero, profesor, estudiante, ama de casa, padre, madre, hijo, hija, parad@, policía, militar, artista, humanitario, intelectualoide… la mayoría de las personas con diversos roles a lo largo de 24 horas por lo que su existencia es, si cabe, más terrible todavía. Cada un@ con su cuadro neurótico-esquizoide y que responderá a los estímulos lanzados desde el poder de la manera esperada. Toda la actividad social es planificada para reforzar el espectáculo ralentizando su proceso imparable de descomposición.

Como no queremos oír los rechinares de l@s sufrid@s militantistas de cualquier organización, que conste que no estamos en contra de la organización en sí, sino de la organización como un fin en si mismo, como cristalización de cualquier ideología y como órgano separado, representante de la clase. Estamos por la auto-organización autónoma de l@s explotad@s. La Historia nos ha demostrado, y esto es algo que consciente o inconscientemente no se le escapa a nadie, con dos ejemplos claros que las tradicionales formas Partido (Revolución Rusa) y Sindicato (Revolución Española) no han sido más que dos intentos de gestionar el capitalismo y no de superarlo. Al tomar el poder no se ha destruido sino que se ha ejercido; por un lado la clase burocrática sustituye a la burguesía y por el otro los dirigentes anarcosindicalistas participan en el poder burgués llamando a la autogestión de la explotación y de la alineación, mientras las bases intentaban superar en la práctica las relaciones de producción y sociales mediante la gestión directa de todos los aspectos de su vida y no sólo del trabajo. Precisamente, ambas formas tienen en común la exaltación del trabajo (coincidiendo con los nacionalsocialistas y todas las formas políticas del capitalismo). Su visión cuantitativa buscaba un aumento de la producción dejando de lado el aumento cualitativo de la vida. Esta derrota (práctica y teórica) de las organizaciones tradicionales que nos dicen representar no ha sido asumida por la clase trabajadora (y es que parece que sólo sabemos trabajar) seguimos sin mantener ningún control sobre cualquier aspecto esencial de nuestra vida en un mundo que se hace no sólo sin nuestra participación (excluyéndonos) sino contra nosotr@s. Pero compañer@s, la Historia no es cíclica es un proceso acumulativo y ya pesa demasiado sobre nuestros cansados cuerpos.

2.

“Jamás tuvieron los que se burlan un lenguaje tan engañador”
Shakespeare. “Sueño de una noche de verano”.

La contradicción entre las posibilidades de los medios de producción (del uso de algunos para el goce de tod@s, ya que la mayoría inútiles o perjudiciales habría que destruirlos) y las relaciones de producción (esclavitud asalariada, mercantilización y exclusión en una sociedad de clases) ha llegado a un punto de inflexión insalvable. Al espectáculo le supone más falsificar la naturaleza de esta contradicción que aumentar la producción de mercancías con un valor de uso decreciente. Esta inercia inmóvil le obliga a desplegar todos su medios de recuperación de cualquier movimiento real de oposición y dirigir él mismo la crítica espectacular del espectáculo. Una hipócrita-autocrítica dirigida por su policía del pensamiento descompuesto (pro-situs, cuadros, ONG´s, recuperadores, artistas, periodistas… todos ellos políticamente correctos y peñita del “buen rollito”).

Estas escobillas del water de la modernidad, como buenos curas, esperan que con sus parches, el propio desarrollo del sistema nos dirigirá cogidit@s de la mano hacia un mundo ideal, planificado por su falsa conciencia y la podredumbre de su cerebro cuadriculado; como si alguna vez nos hubiesen regalado algo. Su función social que viene siendo denunciada desde hace décadas les ha costado más de una agresión, apaleamiento o asesinato y estamos segur@s que no van a ser simples anécdotas. Nos engañan y nos manipulan, no debemos permitírselo ni un día más, ellos son los guardianes de la llave de nuestras cadenas infernales. Entretienen nuestro pensamiento con debates sin importancia y nos imponen su opinión evitando cuestiones tan simples que les hacen temblar de terror: ¿Cómo vivir mejor? ¿quién y qué nos lo impide?. Preguntas que desenmascararían inmediatamente a estos profesionales de la mentira. La coherencia de la crítica y la crítica de la incoherencia ayudarán en esta labor.

3.

“La injusticia no es anónima, tiene nombre y dirección”
Bertolt Brecht

La teoría situacionista, como crítica integral de la totalidad de las condiciones de supervivencia y del capitalismo espectacular-mercantil que las necesita, ha sido verificada por los hechos de la falsificación. No se puede combatir la alineación bajo formas alienadas. El sabotaje de este mundo, empieza por la ruptura con los roles que nos impone el sistema, por el sabotaje de nuestra muerte en vida y la negación del papel que nos asignan y diseñan. En estos momentos hablar de Revolución es tener un cadáver en la boca, sólo hace falta mirar a nuestro alrededor para ver un decorado que nos recuerda constantemente la derrota. El sabotaje es pues una acción que sirve de revulsivo contra la irrealidad que nos oprime. Una práctica que no ha escapado a las recuperaciones ideológicas transformándola en “terrorismo” (la profesionalización del sabotaje) que no ha hecho más que reforzar el sistema debido a su carácter centralista, jerarquizado y militarista. Hoy, no se plantea el crear una organización armada de este tipo sino el ataque difuso de pequeños grupos de afinidad incontrolables por alguna estructura superior que se unen y desunen como las mareas lunares. Unas mareas que nacen de la conciencia de lo mal que están las cosas y lo peor que se van a poner por el desarrollo de los acontecimientos.

En el siglo XIX existía una práctica similar que puso en jaque al capitalismo incipiente. Aparte de los ataques luditas, las llamadas “rondas proletarias” que por su falta de estructura rígida y su máxima flexibilidad en los ataques hizo casi imposible su represión y recuperación, en la que cumplieron un papel principal los, también incipiente, sindicatos. Un grupo de gente se juntaba, golpeaba y se diluía en la masa mientras un nuevo grupo se formaba en su interior. Este sabotaje difuso hace dificilísimo para el enemigo el llegar a detener a nadie, esto convierte este ataque en un universo de placeres para gamberr@s ilustrad@s cuyas sensaciones son imposibles de describir o comunicar con el pobre y banal lenguaje de las palabras.

El juego de la subversión cuyas reglas escriben l@s que participan de él, se vuelve un arma eficaz contra el capitalismo en todas sus formas. Hay más que destruir que construir.

4.

“Nuestra época no necesita escribir consignas poéticas sino ejecutarlas”
Internacional Situacionista.

Está demostrad que pequeños grupos que atacan hacen más daño que grandes organizaciones especialistas de la lucha armada. La Brigada de la Cólera - continuó su actividad cuando fueron detenidas algunas personas y el estado inglés daba por desarticulado el movimiento- es un ejemplo. El poder lo tiene difícil para reprimir o eliminar a pequeños grupos que con toda seguridad no se conocen entre sí y lo único que les une es el deseo de destrucción de un sistema que les impide vivir y les condena a la supervivencia y a la incertidumbre. No se buscan acciones exhibicionistas para dar propaganda a ninguna sigla o marca de origen. En el caso de Asturies, por ser el más cercano, el sabotaje ha sido un arma de clase utilizado innumerables veces, sobre todo en los conflictos laborales en las empresas. Duro Felguera, Hunosa, Naval, Ciata… No nos estamos inventando nada, el sabotaje ha sido, es y será un medio para alcanzar cualquier objetivo; cualquier persona harta, independientemente de su ideología la utiliza. Desde el oficinista que roba material de oficina hasta la trabajadora que estropea la máquina a la que está encadenada, pasando por la utilización de goma-2 como los despedidos de Duro-Felguera.

Hoy, el ejemplo está en la quema de ETT´s. La práctica del sabotaje queda reducida a conflictos puntuales y muy localizados, sin perspectiva global y simplemente para soluciones parciales, con unas reivindicaciones económicas que quedan dentro de los límites impuestos donde se desenvuelve la lógica capitalista. Idem de lienzo para el caso de las ETT´s, un ataque que se sale de la temporalidad de un conflicto en una empresa pero que no cuestiona la esclavitud salarial sino su forma más extrema, no se quiere acabar con la explotación de una clase sino con las ETT´s; por lo que ce por be estamos en lo mismo. Hoy, el conflicto es global y no se soluciona con luchas parciales, sino una lucha integral y de rechazo en bloque de esta sociedad. Hay que acabar con la reducción de nuestras vidas a mercancía y el trabajo asalariado que nos mata y no sólo con las ETT´s. Tenemos que acabar con la sociedad de clases y no sólo con el fascismo. Desviar la atención hacia problemas parciales sólo beneficia a los de siempre, a los gestores de nuestra miseria y a los que algún día pretenden gestionarla, y ambos son parte de los objetivos a sabotear por l@s revolucionari@s.

La práctica del sabotaje difuso (autonomía sin trabas, máxima flexibilidad, auto-organización, mínimo riesgo), entre personas afines, abre la posibilidad de comunicación real destruyendo la espectacular, rompiendo la apatía e impotencia del eterno monólogo revolucionarista. Relaciones y posibilidad de contactos con otras personas en la negación del rol espectacular. Son situaciones efímeras que por su preparación y desarrollo llevan en su esencia la situación revolucionaria que ya no dará un paso atrás y que suprimirá las condiciones de supervivencia. No cae en la irremediable jerarquización alienante que conlleva la especialización de cualquier grupo armado de carácter autoritario y militarista en el que las masas delegan su participación en los ataques.

El aumento cuantitativo de esta práctica no nos llega de la mano de los voceros propagandísticos del espectáculo sino de pasear por el escenario del capitalismo y encontrarnos en la deriva con cajeros quemados, ETT´s con los cristales rotos, cerrajeros cambiando la cerradura de un supermercado… visiones que nos hacen esbozar sonrisas cómplices y que nos animan a salir esa misma noche a jugar con fuego para que en otras personas desconocidas, pero cómplices, también surjan sonrisas por el hermanamiento en la destrucción. No importa el número sino la calidad de los gestos; sabotajes, expropiaciones, reducciones… nos devuelven parte de la vida que nos niegan, pero la queremos toda. Compañer@s el juego es vuestro y os animamos a su práctica diaria. Montároslo con vuestr@s colegas. Contra el viejo mundo en todas sus caras, para salir de la prehistoria, extendamos y multipliquemos los ataques.

POR LA ABOLICIÓN DE LA SOCIEDA DE CLASES. stop. CONTRA LA MERCANCÍA Y EL TRABAJO ASALARIADO. stop. POR LA ANARQUÍA. stop. POR EL COMUNISMO .stop. ¡PIEDRAS Y FUEGO!

jueves, 4 de febrero de 2010

Para una guerrilla semiológica (Umberto Eco)




No hace mucho tiempo que para adueñarse del poder político en un país era suficiente controlar el ejército y la policía. Hoy, sólo en los países subdesarrollados los generales fascistas recurren todavía a los carros blindados para dar un golpe de estado. Basta que un país haya alcanzado un alto nivel de industrialización para que cambie por completo el panorama: el día siguiente a la caída de Kruschev fueron sustituidos los directores de Izvestia, de Pravda y de las cadenas de radio y televisión; ningún movimiento en el ejército. Hoy, un país pertenece a quien controla los medios de comunicación.

Si la lección de la historia no parece lo bastante convincente, podemos recurrir a la ayuda de la ficción que, como enseñaba Aristóteles, es mucho más verosímil que la realidad. Consideremos tres películas norteamericanas de los últimos años: Seven Days in May (Siete días de mayo), Dr. Strangelove (Teléfono rojo, volamos hacia Moscú) y Fail Safe (Punto límite). Las tres trataban de la posibilidad de un golpe militar contra el gobierno de Estados Unidos, y, en las tres, los militares no intentaban controlar el país mediante la violencia de las armas, sino a través del control del telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión.

No estoy diciendo nada nuevo: no sólo los estudiosos de la comunicación, sino también el gran público, advierten ahora que estamos viviendo en la era de la comunicación. Como ha sugerido el profesor McLuhan, la información ha dejado de ser un instrumento para producir bienes económicos, para convertirse en el principal de los bienes. La comunicación se ha transformado en industria pesada. Cuando el poder económico pasa de quienes poseen los medios de producción a quienes tienen los medios de información, que pueden determinar el control de los medios de producción, hasta el problema de la alienación cambia de significado. Frente al espectro de una red de comunicación que se extiende y abarca el universo entero, cada ciudadano de este mundo se convierte en miembro de un nuevo proletariado. Aunque a este proletariado ningún manifiesto revolucionario podría decirle: «¡Proletarios del mundo, uníos!» Puesto que aún cuando los medios de comunicación, en cuanto medios de producción, cambiaran de dueño, la situación de sujeción no variaría. Al limite, es lícito pensar que los medios de comunicación serían medios alienantes aunque pertenecieran a la comunidad.

Lo que hace temible al periódico no es (por lo menos, no es sólo) la fuerza económica y política que lo dirige. El periódico como medio de condicionamiento de la opinión queda ya definido cuando aparecen las primeras gacetas. Cuando alguien tiene que redactar cada día tantas noticias como permita el espacio disponible, de manera que sean accesibles a una audiencia de gustos, clase social y educación diferentes y en todo el territorio nacional, la libertad del que escribe ha terminado: los contenidos del mensaje no dependerán del autor, sino de las determinaciones técnicas y sociológicas del medio.

Todo esto había sido advertido hace tiempo por los críticos más severos de la cultura de masas, que afirmaban: « Los medios de comunicación de masas no son portadores de ideología: son en sí mismos una ideología.» Esta posición, que he definido en uno de mis libros como «apocalíptica», sobreentiende este otro argumento: No importa lo que se diga a través de los canales de comunicación de masas; desde el momento en que el receptor está cercado por una serie de comunicaciones que le llegan simultáneamente desde varios canales, de una manera determinada, la naturaleza de esta información tiene poquísima importancia. Lo que cuenta es el bombardeo gradual y uniforme de la información, en la que los diversos contenidos se nivelan y pierden sus diferencias.

Recordaréis que ésta es también la conocida posición de Marshall McLuhan en Understanding Media. Salvo que, para los llamados «apocalípticos», esta convicción se traducía en una consecuencia trágica: el destinatario del mensaje de los mass-media, desvinculado de los contenidos de la comunicación, recibe sólo una lección ideológica global, un llamado a la pasividad narcótica. Cuando triunfan los medios de masas, el hombre muere.

Por el contrario, Marshall McLuhan, partiendo de las mismas premisas, llega a la conclusión de que, cuando triunfan los medios de masas muere el hombre gutenbergiano y nace un hombre diferente, habituado a «sentir» el mundo de otra manera. No sabemos si este hombre será mejor o peor, pero sabemos que se trata de un hombre nuevo. Allí donde los apocalípticos veían el fin de la historia, McLuhan observa el comienzo de una nueva fase histórica. Pero es lo mismo que sucede cuando un virtuoso vegetariano discute con un consumidor de LSD: el primero ve en la droga el fin de la razón, el otro el inicio de una nueva sensibilidad. Ambos están de acuerdo en lo que concierne a la composición química de los psicodélicos.

En cambio la cuestión que deben plantearse los estudiosos de la comunicación es ésta: ¿Es idéntica la composición química de todo acto comunicativo?

Naturalmente, están los educadores que manifiestan un optimismo más simple, de tipo iluminista: tienen una fe ciega en el poder del contenido del mensaje. Confían en poder operar una transformación de las conciencias transformando las transmisiones televisivas, la cuota de verdad en el anuncio publicitario, la exactitud de la noticia en la columna periodística.

A éstos, o a quienes sostienen que the medium is the message, quisiera recordarles una imagen que hemos visto en tantos cartoons y en tantos comic strips, una imagen un poco obsoleta, vagamente racista, pero que sirve de maravilla para ejemplificar esta situación. Se trata de la imagen del jefe caníbal que se ha colgado del cuello, como pendentif, un reloj despertador.

No creo que todavía existan jefes caníbales que vayan ataviados de tal modo, pero cada uno de nosotros puede trasladar este modelo a otras varias experiencias de la propia vida cotidiana. El mundo de las comunicaciones está lleno de caníbales que transforman un instrumento para medir el tiempo en una joya «op».

Si esto sucede, entonces no es cierto que the medium is the message: puede ser que la invención del reloj, al habituarnos a pensar el tiempo en forma de un espacio dividido en partes uniformes, haya cambiado para algunos hombres el modo de percibir, pero existe indudablemente alguien para quien el «mensaje-reloj» significa otra cosa.

Pero si esto es así, tampoco es cierto que la acción sobre la forma y sobre el contenido del mensaje pueda modificar a quien lo recibe; desde el momento en que quien recibe el mensaje parece tener una libertad residual: la de leerlo de modo diferente.

He dicho «diferente» y no «equivocado». Un breve examen de la mecánica misma de la comunicación nos puede decir algo más preciso sobre este argumento.

La cadena comunicativa presupone una fuente que, mediante un transmisor, emite una señal a través de un canal. Al extremo del canal, la señal se transforma en mensaje para uso del destinatario a través de un receptor. Esta cadena de comunicación normal prevé naturalmente la presencia de un ruido a lo largo del canal, de modo que el mensaje requiere una redundancia para que la información se transmita en forma clara. Pero el otro elemento fundamental de esta cadena es la existencia de un código, común a la fuente y al destinatario. Un código es un sistema de probabilidad prefijado y sólo en base al código podemos determinar si los elementos del mensaje son intencionales (establecidos por la fuente) o consecuencia del ruido. Me parece muy importante distinguir perfectamente los diversos puntos de esta cadena, porque cuando se omiten se producen equívocos que impiden considerar el fenómeno con atención. Por ejemplo, buena parte de las tesis de Marshall McLuhan acerca de la naturaleza de los media derivan del hecho de que él llama «media», en general, a fenómenos que son reducibles a veces al canal, a veces al código y a veces a la forma del mensaje. El alfabeto reduce, según criterios de economía, las posibilidades de los órganos fonadores y de este modo provee de un código para comunicar la experiencia; la calle me provee de un canal a lo largo del cual puedo hacer viajar cualquier comunicación. Decir que el alfabeto y la calle son «media», significa no considerar la diferencia entre un código y un canal. Decir que la geometría euclidiana y un traje son “media”, significa no diferenciar un código (los elementos de Euclides son un modo de formalizar la experiencia y de hacerla comunicable) de un mensaje (un traje determinado, en base a códigos indumentarios -de convenciones aceptadas por la sociedad-, comunica una actitud mía respecto a mis semejantes). Decir que la luz es un media significa no advertir que existen, por lo menos, tres acepciones de «luz». La luz puede ser una señal de información (utilizo la electricidad para transmitir impulsos que, según el código morse, significan mensajes particulares); la luz puede ser un mensaje (si mi amante pone una luz en la ventana, significa que su marido está ausente); y la luz puede ser un canal (si tengo la luz encendida en la habitación, puedo leer el mensaje-libro). En cada uno de estos casos el impacto de un fenómeno sobre el cuerpo social varía según el papel que juega en la cadena comunicativa.

Siguiendo con el ejemplo de la luz, en cada uno de estos tres casos el significado del mensaje cambia según el código elegido para interpretarlo. El hecho de que la luz, cuando utilizo el código morse para transmitir señales luminosas, sea una señal -y que esta señal sea luz y nada más- tiene en el destinatario un impacto mucho menos importante que el hecho de que el destinatario conozca el código morse. Si, por ejemplo, en el segundo de los casos citados, mi amante usa la luz como señal para transmitirme en morse el mensaje «mi marido está en casa» pero yo sigo refiriéndome al código establecido precedentemente, por el que «luz encendida» significa «marido ausente», lo que determina mi comportamiento (con todas las desagradables consecuencias que supone) no es la forma del mensaje ni su contenido según la fuente emisora, sino el código que yo uso. Es la utilización del código lo que confiere a la señal-luz un determinado contenido. El paso de la Galaxia Gutenberg al Nuevo Pueblo de la Comunicación Total no impedirá que se desencadene entre yo, mi amante y su marido el eterno drama de la traición y de los celos.

En este sentido, la cadena comunicativa descrita antes deberá transformarse de esta manera: el receptor transforma la señal en mensaje, pero este mensaje es todavía una forma vacía a la que el destinatario podrá atribuir significados diferentes según el código que aplique.

Si escribo la frase No more, aquel que la interprete a la luz del código lengua inglesa la entenderá en el sentido más obvio; pero les aseguro que, leída por un italiano, la misma frase significaría «nada de moras», o bien «no, prefiero las moras»; pero, si en lugar de un sistema de referencia botánico, mi interlocutor apelase a un sistema de referencia jurídico, entendería «nada de moras (dilaciones)»; y si usase un sistema de referencia erótico, la misma frase sería la res- puesta «no, morenas» a la pregunta «¿Los caballeros las prefieren rubias?».

Naturalmente, en la comunicación. normal, entre persona y persona, relativa a la vida cotidiana, estos equívocos son mínimos: los códigos se establecen de antemano. Pero hay también casos extremos como, en primer lugar, la comunicación estética, donde el mensaje es intencionalmente ambiguo con el fin preciso de estimular la utilización de códigos diferentes por parte de aquellos que estarán en contacto con la obra de arte, en lugares y en momentos diferentes.

Si en la comunicación cotidiana la ambigüedad está excluida y en la estética es por el contrario deseada, en la comunicación de masas la ambigüedad, aunque ignorada, está siempre presente. Hay comunicación de masas cuando la fuente es única, centralizada, estructurada según los modos de la organización industrial; el canal es un expediente tecnológico que ejerce una influencia sobre la forma misma de la señal; y los destinatarios son la totalidad (o bien un grandísimo número) de los seres humanos en diferentes partes del globo. Los estudiosos norteamericanos se han dado cuenta de lo que significa una película de amor en tecnicolor, pensada para las señoras de los suburbios y proyectada, después, en un pueblo del Tercer Mundo. Pero en países como Italia, donde el mensaje tele- visivo es elaborado por una fuente industrial centralizada y llega simultáneamente a una ciudad industrial del norte y a una perdida aldea agrícola del sur, en dos circunstancias sociológicas separadas por siglos de historia, este fenómeno se registra día a día.

Pero basta incluso con la reflexión paradójica para convencerse de este hecho: cuando la revista Eros publicó, en Estados Unidos, la famosa fotografía de una mujer blanca y un hombre de color, desnudos, besándose, imagino que, si las mismas imágenes hubieran sido transmitidas por una red televisiva de gran difusión, el significado atribuido al mensaje por el gobernador de Alabama y por Allen Ginsberg habría sido diferente. Para un hippie californiano, para un radical del Village, la imagen habría significado la pro- mesa de una nueva comunidad. Para un seguidor del Ku Klux Man el mensaje habría significado una tremenda amenaza de violencia carnal.

El universo de la comunicación de masas está lleno de estas interpretaciones discordantes; diría que la variabilidad de las interpretaciones es la ley constante de las comunicaciones de masas. Los mensajes parten de la fuente y llegan a situaciones sociológicas diferenciadas, donde actúan códigos diferentes. Para un empleado de banco de Milán la publicidad televisiva de un frigorífico representa un estímulo a la adquisición, pero para un campesino en paro de Calabria la misma imagen significa la denuncia de un universo de bienestar que no le pertenece y que deberá conquistar. Es por esto que creo que en los países pobres incluso la publicidad televisiva puede funcionar como mensaje revolucionario.

El problema de la comunicación de masas es que hasta ahora esta variabilidad de las interpretaciones ha sido casual. Nadie regula el modo en que el destinatario usa el mensaje, salvo en raras ocasiones. En este sentido, aunque hayamos desplazado el problema, aunque hayamos afirmado que «el medio no es el mensaje», sino que «el mensaje depende del código», no hemos resuelto el problema de la era de las comunicaciones. Si el apocalíptico dice: «El medio no transmite ideologías, es la ideología misma; la televisión es la forma de comunicación que asume la ideología industrial avanzada», nosotros sólo podremos responder: «El medio transmite las ideologías a las que el destinatario puede recurrir en forma de códigos que nacen de la situación social en la que vive, de la educación recibida, de las disposiciones psicológicas del momento.» En tal caso, el fenómeno de las comunicaciones de masas seria inmutable: existe un instrumento extremadamente poderoso que ninguno de nosotros llegará jamás a regular; existen medios de comunicación que, a diferencia de los medios de producción, no son controlables ni por la voluntad privada ni por la de la colectividad. Frente a ellos, todos nosotros, desde’ el director de la CBS y el presidente de Estados Unidos, pasando por Martin Heidegger, hasta el campesino más humilde del delta del Nilo, somos el proletariado.

Sin embargo, creo que el defecto de este plantea- miento consiste en el hecho de que todos nosotros estamos tratando de ganar esta batalla (la batalla del hombre en el universo tecnológico de la comunicación) recurriendo a la estrategia.

Habitualmente, los políticos, los educadores, los científicos de la comunicación creen que para controlar el poder de los mass-media es preciso controlar dos momentos de la cadena de la comunicación: la fuente y el canal. De esta forma se cree poder controlar el mensaje; por el contrario, así sólo se controla el mensaje como forma vacía que, en su destinación, cada cual llenará con los significados que le sean sugeridos por la propia situación antropológica, por su propio modelo cultural. La solución estratégica puede resumirse en la frase: «Hay que ocupar el sillón del presidente de la RAI», o bien: «Hay que apoderarse del sillón del ministro de Información», o: «Es preciso ocupar el sillón del director del Corriere.» No niego que este planteamiento estratégico pueda dar excelentes resultados a quien se proponga el éxito político y económico, pero me temo que ofrezca resultados muy magros a quien espere devolver a los seres humanos una cierta libertad frente al fenómeno total de la comunicación.

Por esta razón, habrá que aplicar en el futuro a la estrategia una solución de guerrilla. Es preciso ocupar, en cualquier lugar del mundo, la primera silla ante cada aparato de televisión (y, naturalmente, la silla del líder de grupo ante cada pantalla cinematográfica, cada transistor, cada página de periódico). Si se prefiere una formulación menos paradójica, diré: La batalla por la supervivencia del hombre como ser responsable en la Era de la Comunicación no se gana en el lugar de donde parte la comunicación sino en el lugar a donde llega. Si he hablado de guerrilla es porque nos espera un destino paradójico y difícil, a nosotros, estudiosos y técnicos de la comunicación: precisamente en el momento en que los sistemas de comunicación prevén una sola fuente industrializada y un solo mensaje, que llegaría a una audiencia dispersa por todo el mundo, nosotros deberemos ser capaces de imaginar unos sistemas de comunicación complementarios que nos permitan llegar a cada grupo humano en particular, a cada miembro en particular, de la audiencia universal, para discutir el mensaje en su punto de llegada, a la luz de los códigos de llegada, confrontándolos con los códigos de partida.

Un partido político, capaz de alcanzar de manera capilar a todos los grupos que ven televisión y de llevarlos a discutir los mensajes que reciben, puede cambiar el significado que la fuente había atribuido a ese mensaje. Una organización educativa que lograse que una audiencia determinada discutiera sobre el mensaje que recibe, podría volver del revés el significado de tal mensaje. 0 bien, demostrar que ese mensaje puede ser interpretado de diferentes modos.

Cuidado: no estoy proponiendo aquí una nueva forma de control de la opinión pública, todavía más terrible. Estoy proponiendo una acción para incitar a la audiencia a que controle el mensaje y sus múltiples posibilidades de interpretación.

La idea de que un día habrá que pedir a los estudiosos y educadores que abandonen los estudios de televisión o las redacciones de los periódicos para librar una guerrilla puerta a puerta, como provos de la recepción crítica puede asustar y parecer pura utopía. Pero si la Era de las Comunicaciones avanza en la dirección que hoy nos parece más probable, ésta será la única salvación para los hombres libres. Hay que estudiar cuales pueden ser las formas de esta guerrilla cultural. Probablemente, en la interrelación de los diversos medios de comunicación, podrá emplearse un medio para comunicar una serie de juicios sobre otro medio. Esto es lo que en cierta medida hace, por ejemplo, un periódico cuando critica una transmisión de televisión. Pero, ¿quién nos asegura que el artículo del periódico será leído del modo que deseamos? ¿Nos veremos obligados a recurrir a otro medio para enseñar a leer el periódico de manera consciente?.

Ciertos fenómenos de «contestación de masa» (hippies o beatniks, new bohemia o movimientos estudiantiles) nos parecen hoy respuestas negativas a la sociedad industrial: se rechaza la sociedad de la Comunicación Tecnológica para buscar formas alternativas de vida asociativa. Naturalmente, estas formas se realizan usando medios de la sociedad tecnológica (televisión, prensa, discos…). Así no se sale del círculo, sino que se vuelve a entrar en él sin quererlo. Las revoluciones se resuelven a menudo en formas pintorescas de integración.

Podría suceder que estas formas no industriales de comunicación (de los love-in a los mitines estudiantiles, con sentadas en el campus universitario) pudieran llegar a ser las formas de una futura guerrilla de las comunicaciones. Una manifestación complementaria de las manifestaciones de la comunicación tecnológica, la corrección continua de las perspectivas, la verificación de los códigos, la interpretación siempre renovada de los mensajes de masas. El universo de la comunicación tecnológica sería entonces atravesado por grupos de guerrilleros de la comunicación, que reintroducirían una dimensión crítica en la recepción pasiva. La amenaza para quienes the medium is the message podría entonces llegar a ser, frente al medio y al mensaje, el retorno a la responsabilidad individual. Frente a la divinidad anónima de la Comunicación Tecnológica, nuestra respuesta bien podría ser: «Hágase nuestra voluntad, no la Tuya.»


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Extraido desde www.caosmosis.acracia.net