miércoles, 24 de febrero de 2010

La distribución del caos (Michel Serres)(1)



Por fin, el principio. En el principio es el caos (2). Hoy decimos: el ruido, el ruido de fondo. De dónde queréis que surja el verbo, sino del ruido. Nuestros antepasados decían: el caos. Ellos estaban colocados en un mundo y nosotros estamos sumergidos en mares de signos. A cada uno su desorden, al borde límite de todo orden. Pero no hay tanta diferencia como se cree. Pantagruel, como nosotros y tantos otros navegantes, había costeado las islas de Tohu y Bohu antes de ahogarse en el tumulto y en los clamores del huracán. No se naufraga todos los días. Ocurre donde el navío pasa en medio de voces insensatas.
Al principio es lo indiferenciable, sobre lo que nadie sabría tener información. Eso puede llamarse: nube. Un conjunto de puntos, de átomos o de moléculas, de elementos cualesquiera que sean, cuyo comportamiento se ignora, nube de bordes no definidos, fluctuantes o fundidos. Cualquier enjambre de abejas desplazándose caprichosamente, o su sombra transportada. Un lago de manchas o un banco de nubarrones. Este meteoro es el modelo de un saber formado poco antes del siglo, con la desaparición de los sistemas, cuando las grandes poblaciones irrumpían y se derramaban sobre algunas cabezas. Estuvieron muy cerca de perder el tiempo en ello: si al principio es la nube, es lo que vuela, aquí arriba, ahora, después allá, hace un rato, es lo que pasaba, hace poco, en otro tiempo o antaño, o la masa baja y pesada que ensombrecerá la nuca de mis sobrinas. Nubes dispersas, siempre ahí, en el lecho estrellado de los vientos, y que me han hecho perder el tiempo. Meteoros. Entre una tierra en presunto o deseado orden y el sistema planetario o solar en equilibrio metaestable, los meteoros, olvidados por las clases de teoría, dejan ver un suntuoso desorden. La filosofía miraba el cielo, los eclipses y las elipses, y no decía nunca que las nubes, a veces, le impedían verlos. O bien trabajaba para cambiar de orden sobre la tierra y sospechaba de todos los que parecían pensar en las nubes. Había un orden estable, Copérnico se había ocupado de ello, revolución de las órbitas, y órdenes que transformar, aquí y en la historia. En medio, como una excepción, un desorden sin interés. Salvo para los que no tienen acceso a la teoría, los campesinos, los marineros y algunos pueblos vagos, hambrientos. Ahora bien, de golpe, nuevo comienzo, que la visión del mundo, como se dice, se invierta. El gran desorden lujoso, helo aquí más allá de los límites del nicho, más allá de lo que se llamaba el sistema del mundo: es el universo; helo aquí en medio de las cosas de la tierra, en lo íntimo de la materia, de la vida, de los mensajes. Los meteoros, en desorden aparente, parecían una excepción rara entre dos órdenes donde las leyes reinaban. Inversión: los viejos sistemas ordenados, por el contrario, ya no son más que islas raras sobre un mar que no se para, desde el más pequeño mundo al más grande; cristal, organismo o planeta, he aquí algunas cimas, algunos Olimpos, aquí y allá, emergiendo de las nubes, azotados por los vientos. El orden no es más que una rareza donde el desorden es lo ordinario. La excepción se convierte en regla y la regla se convierte en excepción. La nube ya no es sólo el buen tiempo o el mal tiempo, del que se burlan en el encierro de las escuelas y la tecnología de las ciudades, sino que está en nosotros y alrededor de nosotros, en lo browniano de las cosas mismas y la ergodicidad de lo vivo y de lo histórico, está tan cercana y lejana como se quiera, tan próxima a mí como mi propio organismo, su mantenimiento, su reproducción y su voz, tan lejos de mí que puedo verla o medirla, cuando la bautizo con el nombre de Magallanes (3). No se detiene en los meteoros, y todo, salvo excepciones, es nube. Todo fluctúa. Esto fluctúa. Y si hay cosas, cuerpos y mensajes, sentido, estructuras en orden o incluso sistemas (si lo hay y cuando lo hay; ahora bien, hay, es así y no puedo remediarlo), ello es sólo bajo la figura de archipiélagos. He aquí espóradas (4) sembradas sobre el océano abierto, informe. Lo racional es lacunar, una cresta, una cima, un efecto de borde. Cualquier ultraestructura que emerge temporalmente del banco nublado. De manera figurada, el mundo es la excepción de los meteoros. O, propiamente, lo racional es improbable. La ley, la regla, el orden, todo lo que así designamos, no son más que improbabilidades, en estrecha proximidad con lo que no puede ocurrir. Lo racional, milagroso, rarísimo o excepcional, se adhiere a la inexistencia, tan cercana como se quiera del cero, de la nada. Lo que existe es el resto, y como complementario en el crecimiento de lo probable. Lo que existe, y es una tautología, es lo más probable. Ahora bien, lo más probable es el desorden. El desorden está casi siempre ahí. Es decir, nube o mar, tormenta y ruido, mezcla y multitud, caos, tumulto. Lo real no es racional. O lo es sólo en el extremo límite. En consecuencia, no hay más ciencia que la de la excepción, de lo raro y del milagro. Sólo hay saber de las islas, de lo esporádico, y de las ultraestructuras. El conjunto de nuestras esclavitudes depende del hecho de que siempre ha habido alguien para hacernos creer que lo real es racional. Y eso es sin duda el poder. Alguien para hacernos creer que el viaje de Ulises, de isla en isla, entre tifones, clamores, bonanza, es mítico. La palabra revolución es impropia para calificar esta novedad, esta antigua inversión del saber, puesto que es una palabra de orden, este orden del cosmos que gira lentamente sobre nuestras cabezas, es una palabra de sistema. No a Tolomeo, no a Copérnico. No, hay tormenta sobre la vieja ciencia y la vieja filosofía, ráfaga de viento, nube, meteoro, tsunami, trasgresión, en el sentido de trasgresión de las aguas (5). Bajo la energía dispersada por el fuego, las antiguas formaciones culturales se funden como un banco de hielo. Y reconocemos por todas partes lo arbitrario de las leyes y su carácter improbable. Y es, como al principio, el diluvio, el diluvio que vuelve a empezar, el más antiguo o el usual, bajo el caos, un poco antes de que las aguas se separen. Lo real, en multitud clamorosa, no es racional. Lo racional es una isla rara emergiendo, por un lapso de tiempo, de la ordinaria transgresión diluviana, lo real. Isla precisa, exacta, destacada, rigurosa, aguda, marcada sobre lo indiferenciable.
Al principio es la tormenta. Hacerse a la mar con Pantagruel permite reconocer en seguida un error de navegación. Tohu y Bohu no son islas, sino el mismo mar. En este principio, la estrella (6) es ya errónea y la hidrografía engañosa. Entonces, ¿quién ha diseñado el portulano, sino aquel que deseaba que el desorden fuera aislable, el ruido local y momentáneo, como una ínsula, y la ley ordinaria? Aquel que quería que lo real fuera racional, salvo pequeñas localidades lacunares recortadas, de las que hay que tener miedo, como de las Sirenas, y de las cuales hay que apartarse desde la salida. (Y, de repente, sé de dónde proviene el clamor: de algunos amordazados que sufren en este presidio,(7) de la multitud de los condenados que no han querido este racional). El mapa se ha invertido, el orden y el desorden se han trastocado. La isla es un lago y el mar es un continente.
El orden reina en todas partes, salvo algunos desgarrones: es el postulado de la antigua ciencia, su dogma primero, el que acaba de invertirse, el que la trasgresión acaba de cubrir. O bien: hay algunos archipiélagos en el mar. O bien: toleramos cortes en los continentes. Era el viejo vagabundeo de la vieja ciencia o su alianza (8) inmemorial con los viejos sistemas de orden, que nos pone hoy en peligro de muerte y de destrucción. Hemos trabajado, durante siglos, y en nombre de la ciencia, para deshacer la colusión del trono y del altar, de los príncipes y de los sacerdotes. Al hacer balance era menos grave y menos peligrosa que la del saber, presuntamente objetivo, y el poder armado. Al tomar el lugar de las religiones la ciencia no ha cambiado de entorno, está siempre junto al sable, tiende a convertirse en el sable. Una enciclopedia a la sombra de las espadas. El poder quiere orden, el saber se lo da. En cada momento de inauguración, de vuelta a empezar, la ciencia enuncia un teorema de potencia, de mando y de obediencia, de dominio y de posesión, una palabra de orden. Al comienzo, un mandato.(9) Por método, una estrategia. La nova scienza no fue nunca, salvo quizá esa excepción de la que hablo en el próximo libro,(10) esa gaya scienza que deja esperar la vuelta del orden al desorden. Se adapta siempre a una estructura de orden, y se introduce fácilmente en la relación de orden. Y el poder es el orden, esta misma estructura y esta relación. Es decir, un irreversible, un sentido que nadie, jamás, sabría volver a subir, un sentido único y un sentido prohibido. Va de un punto a otro y no vuelve nunca sobre sí. Así, va de un punto a muchos otros, en invasiones sucesivas. Eso no es todo el orden, es el mínimo, y ha mejorado mucho después. Pero, a partir de aquí, el punto de partida ordena y se proyecta: origen, fuente, río arriba, centro, llamadlo como queráis. Todo viene de él y nada va hacia él. Punto alto o máximo, punto bajo o fundamento, medio o centralización, lo mismo da. Por simples procedimientos ópticos, ilusión o teatro de representación, se puede hacer creer, cuando se reside allí, en una diferencia entre lo superior y lo central. Es sin embargo la misma estructura, la misma relación y el mismo punto. La ciencia era el saber de ese punto y el poder está en ese punto. A partir de ahí las vías son irreversibles, transitivas y encadenadas. De ahí en primer lugar lo que he llamado estatuas (11), en equilibrio alrededor de un punto, el mismo. Sistema, episteme, como understanding, Verstand (12) o sustancia, ¿hablan de otra cosa que, justamente, de este equilibrio? La episteme, la ciencia, era encadenamiento, alrededor de un centro, de un conjunto estático.
Encadenamiento por una ley que invade el espacio, sea cual sea la ley. Ella dibuja una recta, una línea quebrada, un árbol o una red. Esas extensas rejillas de razones que los geómetras, astrónomos o lógicos prestaban, siempre sin saberlo, a los príncipes, o que el filósofo daba al general. Todo ello tan abstracto que vale más contar un cuento. ¿Os acordáis de la nube? Descarga, llueve, en el lecho se desplaza una ola limpia. Entonces el lobo ya está ahí para regular la circulación. La Fontaine y su genio ardiente aclaran a Descartes sin raciocinio pesado y lento. Hacen comprender a las lavanderas lo que nuestros discursos teóricos les ocultan. En todo comienzo, instauración o vuelta a empezar, encontraréis constantemente el orden, estructura y relación. Salvo en el último momento, salvo ahora que sé, veo, y no puedo remediarlo, que estamos embarcados, sin embargo, sobre el caos. Y que el orden allí es raro. La tormenta es tan violenta que no podemos permitirnos el lujo de un error de navegación. Sí, en la isla-ciencia figura el puerto, pero está plagada de arrecifes donde estamos a punto de naufragar cuerpos y bienes.
En los comienzos proliferaban por todas partes las figuras simples de este desorden. Nube, tormenta, río, arroyo. Por fin la filosofía al exterior. He aquí las aguas, las aguas informes. El mar y la mezcla. Una sopa caos donde se mezclan las ciencias y las sales, torbellinos sobre los que emerge, nueva, Afrodita. Venus turbulenta y sabia que encontraremos pronto en Lucrecio (13). Caos epicúreo del que emergen los mundos, en modelo cuasi-estacionario, ondas en torbellinos metaestables. Todavía encontraremos de nuevo en las desviaciones del equilibrio (14). Caja negra molecular, horno, entrevistos por Boltzmann antes de morir junto al mar. Como si hubiera deseado esparcir sus cenizas, su corrupción numerosa y su descomposición pululante cerca de los clamores, del caos de los comienzos. Informe acuático y fluyente de donde, mucho más que de las metáforas, Bergson toma los objetos que habíamos perdido, mientras Nietzsche indaga con su bastón en la diseminación vírica de los cuerpos, en las disoluciones practicadas por una química que imagina superior.(15) El desorden invade los textos y el mundo, al mismo tiempo. La nube cubre Europa. Y así es. Las grandes poblaciones se agitaban en Zola (16). Pero en Barbey, esto vuelve a empezar: es el tumulto de Avranches y la multitud arremolinándose (17). Es la landa caos de los embrujados. Nunca acabaríamos de contar historias que dicen claramente lo que la ciencia reprime o lo que la filosofía obscurece. Así pues, en los comienzos, el orden. Esto es tan antiguo como queramos. Esto puede datar de la aurora negra donde los primeros discursos intentaban atar los andrajos del espacio, y esto puede venir de esas cajas negras vertiginosamente integradas en lo complejo de mi cuerpo, donde ruge un ruido de fondo (18) inextinguible y de donde surge, excepcionalmente, el lenguaje. Al comienzo es la distribución. Átomos, puntos u otras cosas cualesquiera. Desorden, ruido, harapos, tumulto, multitud, landa en pedazos, descomposiciones o mezclas, horno, caos, caja negra abierta o cerrada, tormenta, indiferenciable y barullo. En los comienzos son las distribuciones. El reparto.(19) Lo dado, lo real, no es más que un reparto aleatorio. Continuo o discreto, no lo sé. El reparto está ahí y eso es todo. Y nadie lo ha dado ni nadie lo ha distribuido. Está ahí, como la nube, pasa y no deja de venir. Ya casi lamento la palabra distribución. Tomadla en un sentido mucho menos ordenado que el usual o que el científico. En un sentido pre-combinatorio, incluso de pre-conjunto. Sí, las tribus están dispersas en el espacio y nadie ha sabido nunca cómo. Hay ya demasiado orden en la distribución de las aguas, del vapor, del carburante, de la tipografía. Cadenas, clasificaciones, un plano y bifurcaciones. E incluso demasiado cuando se concibe una combinación relativa de números, de elementos. Es siempre ya un pre-orden. Tomad la palabra antes de toda estructura, y la cosa antes de la definición. Dicho de otro modo, Hermes no es factor. Ni distributivo. No distribuye los mensajes, ni los divide, ni los reparte. Y ni siquiera lleva mensaje. Él es el reparto mismo, que pasa y que está ahí. El mensaje allí es caótico, una nube de letras. Mejor, de elementos cualesquiera, quizá aún no letras. El hermetismo, dicen, es el secreto. Ahora bien, este secreto todos lo conocemos a partir de ahora: es la dispersión. Es realmente en la dispersión donde un secreto queda mejor guardado. Sobre él, no tenemos información. Hermes, el ruido, la infradistribución. Lo real en miríadas y en profusión. Que se arremolina aquí, como su caduceo. Ha perdido la encrucijada y el intercambiador en beneficio de la turbulencia. Nueva atribución.
1976, un día de primavera.
Traducción: Javier Sáez.
NOTAS DEL TRADUCTOR:
1. Este texto es una traducción del Prefacio escrito por Michel Serres en su libro Hèrmes IV. La distribution, Minuit, 1977, pp. 9-14.
2. Serres utiliza el término francés “tohu-bohu” (que en castellano traducimos por caos). Ese término familiar proviene la novela de Rabelais Horribles y espantables hechos y proezas del famosísimo Pantagruel (1532); Tohu y Bohu es el nombre de un mar huracanado (Pantagruel creía que eran los nombres de dos islas). Serres citará más tarde estas islas como ejemplo de que lo que parecía local (una isla = el desorden) es en realidad global (finalmente era el mar mismo), y el juego de palabras entre “tohu-bohu” [caos] y las islas (mar) Tohu y Bohu se pierde en castellano.
3. Serres se refiere a las Nubes de Magallanes, dos pequeños universos extragalácticos (La Grande y la Pequeña nube de Magallanes), visibles en el cielo austral. Son los más próximos a nuestra galaxia, a una distancia de “sólo” 150.000 años luz.
4. Las Espóradas son un archipiélago griego del mar Egeo. Serres hace aquí un juego de palabras muy denso con la expresión “sporades ensemencées” (que hemos traducido por ‘espóradas sembradas’). La palabra griega “sporá” significa semilla, del verbo “speírein”: sembrar. De aquí derivan las palabras espora, esporádico, esperma, disperso y Espóradas, entre otras. Serres ha condensado en una palabra los diversos aspectos de su reflexión: lo racional como esporádico y disperso en la imagen de un archipiélago (las islas Espóradas), en un medio marino, y la vertiente creadora de esta mezcla (semilla, esperma). El verbo “ensemencer” (sembrar) en realidad repite el sentido de “sporades” (de ’speírein’, sembrar).
5. En oceanografía, sumersión bajo el mar de una parte del continente o de cualquier territorio emergido.
6. Serres, que además de matemático, físico, filólogo, epistemólogo y novelista, fue marinero, se refiere aquí a la acción de tomar la estrella (en francés, faire le point), es decir, tomar la altura del polo para orientarse en la navegación. Si esta toma está mal hecha desde el comienzo, el barco se perderá.
7. Serres juega con los dos sentidos de la palabra “bagne”: presidio y baño, dado que se trata de condenados que están en el mar. Esta palabra es también sinónimo de galeras y de trabajos forzados.
8. ¿Cómo no evocar aquí la obra de Prigogine y Stengers La nueva Alianza? Estos dos autores han escrito un brillante ensayo sobre Serres: “La dynamique, de Leibniz à Lucrèce”, publicado en la revista Critique en el número monográfico “Michel Serres: interférences et turbulences”, enero 1979, tomo XXXV, nº 380, Editions Minuit, París, pp. 35-55.
9. Serres juega con el parecido (que en castellano se pierde) entre las dos palabras de la frase en francés: “Au commencement, un commandement”.
10. El libro es El pasaje del Noroeste. Hermes V. (publicado en castellano por la Editorial Debates en 1991), y la excepción es la obra de Kant La historia natural y la teoría del cielo, que marca la aparición del Eterno Retorno en cosmogonía (genealogía de un orden; no confundir con cosmología) científica. Serres ha escrito dos ensayos sobre este tema, uno en La distribution (”Le retour éternel”, pp. 115-124) y otro en El pasaje del Noroeste (”Où la promenade met en question les tableaux de l’exposition”, pp. 93-113 de la edición francesa -Minuit-). La cosmogonía es el camino natural que va de la distribución al sistema; este itinerario permite a Serres combinar modelos de orden (sistemas) y de desorden (distribución) a partir del concepto de homotecia (Mandelbrot). En nuestra opinión, se trata de una de las reflexiones epistemológicas más potentes y brillantes de las últimas décadas.
11. Para este tema, ver el libro de Michel Serres Statues, Editions François Bourin, París, 1987.
12. En inglés y en alemán respectivamente, inteligencia, entendimiento. En efecto, la raíz indoeuropea STA- se refiere a “estar fijo o en pie, objeto erecto” (ver Emile Benveniste, Origines de la formation des noms en indoeuropéen, París, 1935, y Noms d’action et noms d’agent en indo-européen, París, 1975). En griego encontramos el verbo “istánai” (colocar, poner de pie), y en latín “stare”; en realidad esta raíz aparece en todas las lenguas indoeuropeas (como por ejemplo en islandés, en bretón, en armenio o en sánscrito). Serres pone en relación la vertiente política de esta raíz (que en castellano se refleja en palabras como Estado, estandarte, estatuto, etc) con la vertiente científica (episteme, sistema, substancia, estática, etc). Poder y saber consolidan juntos un punto fijo.
13. En efecto, Lucrecio (98-55 a.JC.) describe en su De Rerum natura dos caos, el caos a partir del fluir laminar de los elementos y el caos-nube, fluctuante, browniano. Serres no utiliza las palabras torbellino y turbulento de forma poética, sino con el rigor de los modelos matemáticos de Arquímedes, en los que se basa Lucrecio para diseñar sus dos modelos generales del origen físico de los objetos naturales. La raíz griega “turba” (de donde proviene turbulencia) designa una multitud en desorden (medio inicial caótico de donde surgirá el orden); la raíz “turbo” (de donde viene torbellino) designa una forma curva o espiral metaestable a partir de un medio de flujo laminar (medio inicial ordenado que acabará en caos). Para esta cuestión, ver la obra de Serres La naissance de la physique dans le texte de Lucrèce, Minuit, 1977, pp. 9-83.
14. En francés, “écarts à l’equilibre”, fenómeno físico que indica la desviación mínima que se produce por azar en un medio laminar perfecto y que dará lugar al torbellino. Equivale al concepto de clinamen (ver el ensayo de Serres sobre Lucrecio ya citado).
15. Aquí Serres hace referencia a uno de los capítulos de su libro La distribution, “L’Antéchrist: une chimie des sensations et des idées” (pp. 173-193), donde muestra que la crítica de Nietzsche al cristianismo en términos de corrupción remite ingenuamente a un estado previo de pureza. El artículo es sorprendente entre otras cosas porque consigue desarrollar una química de las representaciones y de los sentimientos morales, estéticos y religiosos.
16. Para esta cuestión, ver el libro de Michel Serres Feux et signaux de brume. Zola, Grasset, París, 1975, donde pone de manifiesto la relación entre la física y la literatura del siglo XIX.
17. Se refiere al escritor francés Jules Barbey d’Aurevilly (1808-1889), que en sus textos recogió la sublevación de los “pies descalzos” en Avranches en 1639.
18. Para la cuestión del ruido de fondo y las relaciones entre la teoría de la información y la termodinámica, ver en Serres, La distribution, el capítulo “Origine du langage”, pp. 257-272. Ver también H. Atlan L’organisation biologique y la théorie de l’information (Hermann, 1972) y Journal of Theoretical Biology, 1974.
19. Serres juega aquí con las palabras francesas ‘la donne’ (acción de dar las cartas, repartirlas) y ‘le donné’ (lo dado). El primer término indica el componente aleatorio de todo comienzo. Como en castellano no hay una palabra que indique la acción de dar cartas, hemos traducido ‘la donne’ por ‘el reparto’.

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